34: Cadáveres a sus pies

La energía cálida que había inundado el cuerpo de Amelia cuando la luz blanca apareció seguía presente, aunque levemente debilitada. Era reconfortante, como si cientos de manos invisibles la hubieran sostenido para evitar que se rompiera. Sin embargo, esa sensación fue momentánea, ya que pronto cayó en la inconsciencia, dejándose arrastrar por un abismo oscuro y desconocido. Cuando despertó, sus sentidos volvieron lentamente, como si su cuerpo se estuviera reajustando a una nueva realidad. Sintió el aire fresco en su rostro, mezclado con el aroma inconfundible de tierra húmeda y vegetación. Abrió los ojos lentamente, y lo primero que vio fue un cielo opaco, cubierto por ramas retorcidas de árboles que se elevaban como garras hacia el vacío. Se incorporó con cuidado, todavía aturdida, y observó a su alrededor. El lugar donde estaba era inquietante. No muy lejos de donde yacía, distinguió figuras inmóviles en el suelo, que tenían sus pechos subiendo y bajando con respiraciones lentas y
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