El grito de Seth resonó en la habitación mientras los soldados lo sujetaban con fuerza, sus músculos tensándose en un intento inútil de liberarse. Pero su cuerpo ya no respondía como antes. Estaba débil. Consumido. No por heridas de batalla, sino por la guerra interna que él mismo había creado. Mía sintió que el peso de lo que estaba haciendo la aplastaba. Sabía que Seth lo vería como una traición, como una sentencia que lo condenaba a la separación definitiva. Pero no podía permitir que siguiera destruyéndose, no así. No de esta manera.
—¡Déjenme ir! —Rugió Seth, la desesperación en su voz era como un cuchillo hundiéndose en el pecho de Mia.
Liam, su Beta, sostuvo el brazo de Seth con fuerza, evitando que se liberara.
—No vamos a hacerlo, Seth. —Dijo con dureza. —No puedes seguir así.
Seth giró su rostro hacia Mia, sus ojos encendidos con algo que ella no había visto en mucho tiempo. No era rabia. No era dolor. Era miedo.
—Mia… —Su voz se quebró, casi un susurro. —Por favor. No me ob