—Bájame —gruñó Atenea intentando liberarse de su agarre.
Había sucedido tan rápido la forma en que la agarró y la echó sobre su hombro. Lo último que Atenea vio antes de que el mundo se inclinara fuera de su eje fue la sombra de Ragnar atravesando el jardín como una nube de tormenta a punto de estallar. Y él la llevaba sobre su hombro como un saco de patatas.
Su sangre hirvió porque fue arrojada sobre su hombro en un movimiento violento e imperceptible, con el brazo de él alrededor de su cintura como un grillete forjado con furia. Y ella no lo vio venir cuando la agarró. Su cabello suelto se movió salvajemente detrás de ella, y sus puños golpearon su espalda sin efecto. Los músculos bajo sus golpes bien podrían haber sido de piedra.
—¡Bájame, Ragnar! —gruñó, con la voz quebrada como un látigo—. ¿Qué demonios crees que estás...?
—Silencio —espetó, la palabra como una cuchilla desenvainada tras los dientes apretados—. Ya has presionado lo suficiente.
Los sirvientes se congelaron. Se oye