Ragnar había visto sus ojos cambiar antes, el verde encendiéndose en oro fundido, doblando el aire a su alrededor hasta que su lobo se quedó quieto y desnudó su garganta en un reconocimiento primigenio.
Pero la noche anterior había sido diferente.
No eran solo sus ojos. Era su presencia
En un instante, ella era Atenea, testaruda, exasperante, gloriosamente indómita. Al siguiente, algo más viejo y hambriento se aferraba a su piel.
Y cuando él se apartó, sus ojos volvieron a ser verdes, como si nunca hubiera sucedido. Pero sí. Todavía podía sentirlo en la médula de sus huesos.
Avanzó por el pasillo iluminado por antorchas hacia las habitaciones de Nyra, las sombras se extendían a lo largo de las paredes. Su mente le decía que buscaba respuestas. Su corazón sabía que buscaba un arma, algo que la anclara allí cuando la marea llegara a reclamarla.
Si Skyrana estaba despertando, el reloj de la profecía corría más rápido de lo que temía. Lo que significaba que el mayor peligro para Atenea ya