Ragnar
No la había seguido. No inmediatamente.
Ragnar se quedó clavado en el lugar, con los puños apretados a los costados, el fantasma de sus labios aún ardiendo contra los suyos. Su aroma se aferraba a él como el humo de un fuego del que no podía escapar.
Y algo más persistía. No solo el vínculo. No solo ella.
Algo bajo su piel.
En el momento en que lo besó, él lo sintió, esa atracción. Pero no como antes. Esta vez, no era deseo, magia o hambre.
Era una presencia.
Ragnar había pasado años dominando a la bestia en su sangre. Enjaulándola. Dominándola. Pero lo que se agitaba en Atenea no era una bestia.
Era otra persona.
Una fuerza que no gruñía, sino que observaba.
Se movió antes de que el pensamiento lo alcanzara. No hacia ella, sino hacia la única persona que podría entender.
Nyra.
La cámara de la bruja se encontraba en el ala más alejada, envuelta en protecciones que latían como venas en la piedra. Cristales y huesos colgaban del arco, tintineando débilmente con el cambio del aire