Mundo ficciónIniciar sesiónInsoportable
ActualidadEl chirrido de la reja se clavó en los oídos como un aullido oxidado.
Ana apenas tuvo tiempo de girarse cuando el guardia la empujó por la espalda con tal fuerza que cayó de rodillas sobre la piedra húmeda del calabozo.
-¡¡Entra de una vez Maldito!! -Escupió, como si temiera ensuciarse los labios con una sola palabra.
El suelo la recibió helado, rugoso, cubierto de moho y suciedad que se le pegó a la piel. Ana apretó los dientes para no quejarse, soportando el dolor y la humillación, pero le ardían las palmas y el sentimiento de sentirse engañada le llenaban el pecho de un frío punzante. Miró el vestido ceremonial, tan valioso, tan hermoso unas horas atrás, ahora era un trapo roto y manchado de barro.
Detrás de ella, Ashven entró con pasos lentos. No lo empujaron, no le gritaron, pero la puerta se cerró con el mismo estruendo de desprecio que a ella.
El cerrojo cayó como una sentencia aprisionando a los dos en la oscuridad, el frío y el silencio.Ana se levantó con dificultad, el ardor de sus rodillas se sentía más cuando se movía, pero hizo el esfuerzo y se arrimó contra la pared más lejana. El ambiente olía a humedad vieja, a metal oxidado y el aire era pesado.
Ana se acomodó para pasar la noche de forma cómoda. Los grilletes de plata no le permitían transformarse, por lo tanto tampoco podía curarse con la velocidad normal.
-¿Te rompieron algo? -Preguntó Ashven desde su rincón. Su voz sonó seca, molesta. Como si el solo hecho de tener que hablarle lo fastidiara.
-¿Y a ti qué te importa? -Respondió Ana, sin molestarse en mirarlo. Aún estaba molesta por todas las cosas dichas y además, él también era alguien con una maldición, por lo tanto era peor, pues ¿Con que derecho debía escuchar el desprecio de alguien en su misma condición?
-Nada, pero si te quebraron la pierna, avisame. No quiero escucharte llorar toda la noche. -Ana chasqueó la lengua. Y buscó la esquina de su vestido para rajar la tela.
-Mejor cierra la boca. -pidió envolviendo la herida de su rodilla.
Ashven rió, sin humor.
-Qué carácter para alguien que no puede ni mantenerse en pie sin ayuda. Hubiera sido mejor que te tiraran de cabeza. -Dijo con desdén, estirando las piernas contra la pared.
-¿Siempre eres así de desagradable o haces un esfuerzo especial conmigo? -Preguntó cortando otro trozo de tela para la otra rodilla.
-Oh, no, tú sacas lo peor de mí sin que lo intente siquiera. -El sarcasmo en su voz le irritaba.
Ana quiso contestar, pero se mordió la lengua. Le temblaba la mandíbula de rabia. Él la estaba provocando… otra vez.
-Cómo sea, deja de hacer eso y mejor busca la forma de sacarnos de aquí. -Cruzó sus brazos detrás de la cabeza para descansar.
-¿Disculpa? -Ana miró en su dirección incrédula.
-Tu nos metiste en este problema, tú deberías resolverlo. -La forma cortante y autoritaria, como si no fuera a escuchar quejas provocó la risa en Ana, risa que ocultaba la sorpresa, ese tipo podía decir muchas estupideces.
-Claro, dejame buscar la llave de los grilletes. -Respondió acomodando el volumen de la tela del vestido. Se apoyó en la piedra fría y húmeda cerrando los ojos.
Ashven no respondió. El silencio se instaló como un tercer prisionero en la celda, denso e incómodo. Solo se oía el goteo persistente del agua filtrándose en algún rincón invisible y las respiraciones desacompasadas de ambos. Anatema intentó dormir, pero no lo consiguió. Su cabeza iba y venía en pensamientos inútiles.
Se sentía muy estúpida por caer. Jamás se le había permitido entrar al territorio de la manada ¿Cómo podría no sospechar cuando fueron a su puerta, bañaron y vistieron?
Aún podía oler el aceite de flores que le colocaron, un contraste fuerte para la situación actual. De ser agasajada a arrojarla a un calabozo. Terminó por dormirse y sus pesadillas la siguieron. Ahora, a sus desagradables sueños se sumaba un nuevo escenario, un banquete donde ella era la comida, literalmente, Ana estaba sujetada a una mesa y su cuerpo cubierto de diferentes cortes, sentía su respiración agitada cada que una mano se acercaba a su cuerpo para alimentarse de la decoración, desnudandola a lo largo de la noche.
Despertó asqueada, el cuerpo le temblaba y hormigueaba, pero no era por su pesadilla, era por el duro y frío suelo donde se durmió.
Ana no tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde que la encerraron allí, pero el frío parecía calarle hasta los huesos. Intentó concentrarse en su respiración, mantener la mente ocupada, ignorar el ardor de las rodillas y la sensación pegajosa de la tela sucia adherida a su piel. Tal vez eso había provocado su sueño. La sensación era similar, pensó Ana.
-No durarás mucho si no nos sacan antes del amanecer. -Comentó Ashven, rompiendo el silencio.
Ana entreabrió los ojos, sin moverse. La oscuridad del lugar no le permitía verlo con claridad, pero sabía que tenía razón. El frío invernal los congelaría antes de que alguien llegara en la mañana.
-Y si sobrevivimos, de seguro intentarán ejecutarnos, sospecho. -La tranquilidad con la que hablaba hizo que Ana se arrastrara en dirección de la voz.
Cómo si fuera mentira, pero podía sentir el aire más caliente allí donde estaba Ashven.
-¿Por qué?... Aquí? -Dijo con la voz entrecortada por el temblor de su cuerpo y sus dientes castañeando por culpa del frío. El vaho salió de su boca por la diferencia de temperatura. Se sentó a su lado y se reconfortó con la zona más aclimatada. El suelo bajo Ashven estaba tibio. No entendía por qué, pero su cuerpo entero agradeció el cambio. Sin embargo, no pudo evitar mirarlo con resentimiento.
-¿Por qué no me dijiste que me acercara? Dejaste que me congelara allí.
Ashven no se molestó en mirarla.
-Porque no te quiero cerca. -Dijo poniéndose de pie.
Comenzó a mirar por toda la celda, el lugar no tenía forma de escapar, sólo había un modo de salir de allí… por la puerta. Ashven la golpeó un poco provocando un ruido estruendoso por el eco del vacío pasillo. Cómo nadie se acercó en los segundos siguientes, se encogió de hombros golpeando nuevamente.
-Parece que nadie está haciendo guardia. -Ana comenzó a temblar nuevamente. Tocó extrañada las piedras donde Ashven estuvo sentado descubriendo que aún se mantenían tibias y lo mejor, Secas. Lo miró extrañada, no era el lugar, sino él, por eso no se veía afectado, ni temblaba cuando ella lo había empapado de agua.
-Sí tuviera fuego, podría derretir esta puerta. -El pensamiento se escapó como un murmullo, pero Ana lo escuchó y giró los ojos.
-¿Cómo harías eso? -Preguntó como si estuviera loco.
-No te incumbe.
-JA. -Ana se puso de pie al no soportar el frío nuevamente y se acercó a él. -Entonces ¿Por qué no haces una fogata? Parece que tienes un As bajo la manga. Ashven puso los ojos en blanco al esucharla y se volvió a apartar de ella.
Ana se giró imitandolo y el trinar de las joyas llamó la atención.
Eso sólo provocó que Ashven se girara hacia ella de golpe, conciente y, sin decir palabra, avanzó a ella. Ana se tensó al instante, pero él no se detuvo. Estiró su mano y le arrancó el collar del cuello con un tirón seco. Las piedras brillaron un segundo bajo la escasa luz.
-¡¡¿Qué haces?!! -Espetó Ana, llevándose la mano al cuello. La cadena le había raspado la piel lastimándola.
Ashven ignoró su reclamo. Sus ojos la sigueron recorriendo, buscaban algo más.
-¿Qué más llevas encima? -Inquirió, impaciente.
-¿¡Perdón!?
-¡Metal! ¿Tienes más metal? Anillos, broches, hebillas…
Antes de que ella pudiera responder, Ashven se agachó y tiró con fuerza del bajo de su vestido. Rasgó la tela sin miramientos.
-¡¿Estás loco?! -Gritó Ana, apartándose con un manotazo. Tener a ese hombre encima le había recordado el sueño, las manos tocando, no lo dudó y alzó su mano abofeteando con fuerza la mejilla de él. El golpe resonó con un sonido seco.
Ashven se quedó inmóvil un instante, su rostro ladeado por el golpe. No dijo nada. Solo chasqueó la lengua con fastidio y se agachó con las cosas.
Ana se alejó un par de pasos, furiosa. Respiraba agitada, aún sin entender qué pretendía.
-¿Tú plan es desnudarme y esperar que los guardias se apiaden? -Preguntó acomodando el vestido para cubrir sus piernas, allí donde tocó.
-No seas idiota. -Murmuró, más para sí que para ella.
Enrolló el trozo de vestido y sujetó entre sus dedos la piedra de una de las paredes. La examinó. Era rugosa, con vetas de hierro oxidado.
-Necesito una chispa. -Dijo finalmente, más para él mismo que cómo explicación.
-¿Para qué? -Preguntó Ana tratando de mirar.
-No puedo crear fuego. Solo puedo controlarlo… si ya existe.-Ana frunció el ceño, aún desconcertada, eso no explicaba nada.
Ana seguía mirándolo, molesta… pero también intrigada. La rabia no impedía que su mente funcionara. Sí él sabía una forma de escapar debía ayudar.
Ashven colocó con cuidado el collar cerca de la piedra rugosa. Luego, con paciencia y precisión, comenzó a golpear. El metal raspó la roca una, dos, tres veces… hasta que una chispa diminuta saltó al borde de la tela.
Ana contuvo el aliento.
La chispa se apagó de inmediato.
Ashven no se inmutó. Repitió el gesto. Esta vez con más fuerza. La fricción generó una pequeña llamarada que lamió la tela durante un segundo antes de morir.
-Casi. -Murmuró.
Ana se arrodilló junto a él sin decir palabra. Aprovechó para mantener su cuerpo cerca del calor que emanaba el tipo y observó lo que pretendía hacer.
Golpeó de nuevo.
La chispa saltó… y esta vez, el trapo comenzó a arder lentamente.
Ashven no perdió el tiempo. Colocó ambas manos cerca del fuego y cerró los ojos. La llama, débil y temblorosa, comenzó a crecer como si respirara su energía. El calor se extendió por la celda, empujando al frío hacia los rincones.
Ana retrocedió un paso, desconcertada por lo que veía. Entonces, Ashven abrió los ojos. Ahora estos brillaban como brasas encendidas, de un rojo intenso que parecía desbordar encendido, brillante, vibrante. No había humanidad en esa mirada, solo intensidad. Poder puro. Peligroso.
La llama abandonó la tela sin previo aviso y se deslizó como un animal dócil hasta la palma de Ashven,cuando se pasó a su mano derecha No lo quemó. No dejó marcas. Se aferró a él como si le perteneciera.
Ashven se puso de pie con el fuego y caminó hasta la puerta.
Ana no daba crédito a lo que veía, paralizada.
¿Quién demonios era ese hombre?
¿Cómo era eso posible?
El fuego cubrió la cerradura apenas su palma se apoyó sobre el metal. Al principio, no pasó nada. Pero luego, muy lentamente, el hierro comenzó a cambiar de color. Pasó del gris apagado al rojo oscuro, y luego a un anaranjado candente. El calor se volvió insoportable incluso desde donde ella estaba.
El metal crujió. Se ablandó. Goteó como cera fundida.
Ana dio un paso atrás, con la boca entreabierta. No por miedo. Por asombro.
Ashven mantuvo la mano firme mientras el calor hacía su trabajo. No parecía afectado, ni siquiera por las gotas incandescentes que caían a sus pies.
Cuando detuvo el trabajo, la llama se encogió en su palma y simplemente abrió la puerta, el chirrido asustó a Ana, que pensó que se darían cuenta de lo que habían hecho, pero para él no parecía haber problema, ese hombre simplemente llevó la llama pequeña a la punta de su dedo índice e hizo lo mismo con el candado de su mano. Dejó que el material se calentara hasta derretirse y se liberó con facilidad.
-Ey esto resultó útil. -Dijo colocandose el collar que le había arrancado.
Entonces salió sin más de la celda dejándola atrás, con los grilletes en sus manos y sola.
-Espera…- Se apresuró a correr. -Maldición ¡Esperame! -Sus pasos retumbaron por el pasillo oscuro y Ashven caminó sin preocupación, aun cuando sabía que le dolían sus rodillas, él no aminoró el paso.







