Corazón de una Manada
El amanecer llegó sin aviso. Un resplandor dorado se filtraba por los ventanales, tiñendo las pieles y mantas del cuarto donde Ana despertó. Tardó unos segundos en recordar que ya no estaba en la habitación de la anciana ni en su refugio del bosque, sino en el cuarto de Charlotte. Todo allí tenía un aire caótico pero acogedor: prendas colgadas en el respaldo de una silla, frascos de lociones o productos femeninos abiertos, un brasero todavía encendido y el inconfundible aroma de la madera y del jabón de resina.
Charlotte dormía en la otra cama, medio destapada, con el cabello desparramado sobre la almohada. Ana se incorporó en silencio, intentando no hacer ruido, y se acercó a la ventana. Afuera, la aldea se desplegaba bajo una capa fina de nieve, pero ya había movimiento. Hombres cargando leña, mujeres que salían de las casas con cestos, el humo de los hornos elevándose entre los tejados.
-¿Estás despierta tan temprano? -Murmuró una voz ronca detrás.
Charlotte s