Bienvenida

Una semana había transcurrido desde su llegada.

No había vuelto a salir de ese cuarto, y nadie había ido a verla más que la anciana cuidadora. En esos días tuvo tiempo de sobra para pensar en todo lo sucedido, repasar los hechos una y otra vez, tratando de entender.

Si lo dicho por Ashven era verdadero… si su razón para estar en la manada —su antigua manada— era ella, entonces significaba que querían algo. ¿Por qué otra razón correrían tanto riesgo?

El pensamiento se le enredaba en la mente, volviendo una y otra vez como un eco molesto. Pero ¿Qué podían necesitar de ella? ¿Qué tenía para ofrecer?

El viento golpeó la ventana, arrastrando una nevada fina que empañó el vidrio. Ana se arrebujó bajo las mantas, aunque no tenía frío. Lo que la mantenía inquieta era otra cosa. A veces, por las noches, escuchaba pasos en el pasillo, voces masculinas riendo, el sonido de puertas abriéndose y cerrándose. Cada ruido le recordaba que ya no estaba en su cabaña, escondida en un bosque