Inicio / Romance / DE EMPERATRIZ A PRIMERA DAMA / Capítulo 1 – LA TRAICIÓN NO MUERE, SOLO SE REINVENTA.
DE EMPERATRIZ A PRIMERA DAMA
DE EMPERATRIZ A PRIMERA DAMA
Por: ANGEL DE LAS LETRAS
Capítulo 1 – LA TRAICIÓN NO MUERE, SOLO SE REINVENTA.

POV - ALEXANDRA

—¿Sus últimas palabras, Emperatriz Alexandra de Zafir?

—Los espero en el infierno.  

No me tembló la voz. Si hubiera podido, los habría matado otra vez: al traidor que me engaño, al amante que intento envenenarme y le di de su propio veneno y al pueblo que celebró mi ejecución como si fuera justicia. Morí de pie, con la corona invisible y barbilla en alto. Emperatriz hasta el último aliento.

El verdugo no dudó. La espada cayó. Y mi mundo se apagó.

Oscuridad.

Silencio.

Después, una voz que no era humana ni divina, solo inevitable.

—Aparentas ser una villana…

—¿Quién habla?

—Corazón duro. Inteligente. Justo lo que necesito.

—¿Qué clase de castigo es este?

—No es castigo. Es una oportunidad.

—¿Oportunidad? ¿Para qué?

—Aprovecha tu segunda vida.

¿Segunda vida? Sonreí en la nada. Al parecer el infierno ahora reclutaba almas perdidas.

Una luz blanca me golpeó los ojos. No era el sol ni las antorchas del templo.

¿Dónde estaba? ¿El más allá? ¿Un castigo? ¿Una broma?

Moví los dedos, sentí dolor. Tosí un poco y mi pecho era distinto. Más lleno. Más pesado. Me incorporé, como si mi alma aún no supiera que tenía otro cuerpo. La tela era suave pero corriente. Me cubría una bata extraña, sin bordados ni identidad.

Miré alrededor: paredes lisas, una cama sin dosel, objetos brillantes que parecían de metal pulido, un espejo al fondo me devolvió una imagen que no era la mía, una mujer de piel más oscura que la que conocía, ojos grandes, cabello lizo, expresión confusa… pero sin cicatriz bajo el cuello.

¿Esto es una segunda oportunidad? ¿O una trampa mejor disfrazada?

Antes de que pudiera procesarlo, la puerta se abrió de golpe. Una joven pelirroja entró con pasos rápidos y mirada altiva. Vestía como cortesana de burdel caro, aunque probablemente creyera que era elegante.

—¡Oh! ¡Por fin! La señora del presidente ha despertado —dijo con teatralidad venenosa—. Te ves… mejor de lo que pensé.  Es una lástima que no quedaste como vegetal.

Me quedé en silencio. Analizando. Midiendo sus intenciones.

Ella no venía a cuidarme. Venía a disfrutar el espectáculo.

—¿Quién eres? —pregunté, afilada.

—Ángela. Asistente personal de tu esposo. Y de ti, por supuesto —añadió, como si se acordara recién—. Aunque no sé si recuerdas quién eres todavía. ¿O aún estás confundida?

Me acomodé en la cama, sin perderle la mirada. Una serpiente disfrazada de ayudante.

Tenía el descaro en la lengua y el veneno en los ojos.

—Dime algo, Ángela. ¿Siempre entras a los aposentos sin permiso o es que nadie te ha enseñado cuál es tu lugar?

Su sonrisa se tensó.

—Lo decía por ayudarte… estás un poco desorientada, ¿no?

—No tanto como tú si crees que puedes hablarme así dos veces.

Se acercó al buró, alzó una taza.

—Te traje té de jengibre. Dicen que ayuda a recuperar la memoria. Aunque… no sé si eso es lo que quieres.

Sus insinuaciones apestaban a que se acostaba con mi supuesto esposo.

—Déjalo ahí. Y cierra bien al salir.

Ángela se retiró como entró: provocando. Pero esta vez, su paso era menos firme.

Mi instinto imperial aún funcionaba. Incluso si mi cuerpo no era el mismo, las zorras están en todos lados y yo sabía muy bien como identificarlas. Poco después, una mujer mayor entró con pasos más tranquilos y mirada tierna.

—Señora Camila, qué alivio verla despierta. Soy la encargada del servicio doméstico. ¿Recuerda algo?

—¿Camila? —repetí, saboreando el nombre.

Así me llamaban ahora.

—Lamento decirlo, pero no recuerdo nada. Ni de usted ni de mí.

Mentí. No recordaba a Camila, pero recordaba todo lo demás. A mí. Mi muerte. Mi imperio y a mis enemigos.

—Ha estado inconsciente por cinco días. Fue un accidente… cayó por las escaleras. El presidente estuvo muy preocupado. Aunque… ha tenido que seguir con sus compromisos, claro.

—¿Accidente? Repetí tratando de recordar algo.

—Se dijo que fue un mareo. Usted había discutido con él esa noche… pero ya sabe cómo son los rumores.

No, no sabía. No en este mundo. Pero sí reconocía una traición cuando la olía.

Y esta… apestaba.

—¿Cuál es su nombre?

—Me dicen Amelia, señora.

Asentí. Esta mujer sí sabía lo que era el respeto.

—Necesito ropa. Algo que me quede. No pienso seguir luciendo como una enferma.

Amelia dudó.

—Los vestidos que tiene son… sueltos. Cómodos. Usted los elegía así.

—Hoy elegiré algo distinto. Tráigame color, corte, presencia. Lo que no cumpla, sáquelo de mi vista.

Asintió con una inclinación mínima. Me ayudó a incorporarme, cuando entramos al baño, aprendí que el agua ya no se hierve en calderos. Que los jabones vienen en botellas con letras extrañas. Que el baño se hace en cuartos cerrados y el espejo puede reflejar hasta los malos pensamientos. Cada cosa era una guerra. Pero yo ya había sobrevivido a palacios infestados de víboras. Podía con esto.

Cuando me vestí, noté que nada me quedaba como debía, al parecer Camila había escondido su figura entre vestido anchos, pero seguía siendo Alexandra y yo no me oculto, yo domino.

—Dile a la costurera que venga, esto necesita ajustes.

—Señora son vestidos de diseñador exclusivos, tendría que enviarlos a la tienda para que los modifique.

Suspire, tendría que resistir esta ropa por ahora.

—Quiero salir —dije.

—¿Ahora?

—Ahora. Quiero ver el mundo al que me arrojaron. Y quiero verlo a mi modo.

Amelia solo asintió. Le costó, pero lo hizo. Mientras bajaba por las escaleras de mármol blanco, dos hombres en traje se giraron con sorpresa.

—La primera dama… está de pie.

Sí, caballeros. Y nunca más volverá a caer.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP