Capítulo 3.

—¡Joder, Belinda! Duele, duele como un infierno.

Belinda oprime más el trozo de tela con agua realmente helada, el frío me invade, y empiezo a temblar como una hoja cuando el viento la mueve.

No sé si estoy temblando por lo frío de la manta sobre mi piel mallugada o porque siento que en cualquier momento van a derribar esa puerta, y nos cortarán el cuello como viles cerdos, la idea de mi cabeza sobre una estaca, me provoca más escalofríos.

Belinda oprime un poco más la tela y grito del dolor.

—¡Mi señora, perdóneme!

—No te preocupes, ¿Falta mucho?

—No, estoy por terminar—moja dos veces más la manta y por fin termina.

—Listo mi señora, en unas cuantas horas no habrá rastro del atropello del rey.

—Ojalá, que con tus remedios, se quitaran todas las cicatrices de mi alma.

—No se ponga así, todo lo que ha tenido que pasar la han hecho más fuerte.

—Lo sé.

Nunca olvidaré los primeros días que estuve aquí, como me enfermé de gripe, las altas fiebres, los delirios, el dolor asfixiante de mi pecho, que me impedían respirar, y la escasez de comida, lo que provocó que mi recuperación fuera casi de 6 meses, ya que el infeliz envío neceseres casi un año después.

Rehegal se llevó todo lo bueno que tenía, él me convirtió en una mujer llena de rencor, amargada, que solo quiere verlo destruido.

Suspiro, el saber que está aquí en el mismo techo, me pone muy mal.

—Ya mi señora, deje de darle tantas vueltas a las cosas, y deje que su mente descanse, debe mantenerse en calma, para vencer al enemigo.

—Lo sé, mi dulce Belinda—me acerco a ella, y acaricio su mejilla—. Pero son muchos años de sufrimiento, y cuando lo veo en lo único que pienso es en sacarle los ojos.

Belinda toma mi mano, y me expresa:

—Queremos lo mismo mi señora, pero debemos ser más inteligentes que el rey, cualquier movimiento en falso y él nos puede acabar, lo principal es salir de esta m*****a isla, cuando estemos en el capitolio, si usted lo desea, con gusto asesinaría al rey.

Le sonrió a mi fiel compañera, me acerco, y le doy un pequeño beso en sus delicados labios, ella cierra sus impresionantes luceros verdes, y un par de segundos nos separamos, y expreso:

—Jamás dejaría que te mancharas tus manos de sangre, y si alguien va a matar a ese infeliz esa seré yo. Anda ve a dormir, que mañana te quiero bien alerta.

—Me quiero quedar con usted—, y toma nuevamente mi mano.

—No querida, necesito que estés pendiente de Lana y Angelina, no quiero que nadie las vaya a tocar.

—Ellas son mujeres fuertes, mi señora, no les pasará nada.

—También Georgia y Virginia, eran mujeres fuertes, y ve como terminaron, las asesinaron frente a nuestros ojos cuando intentamos escapar, sus muertes todavía me pesan y me duelen.

—No fue su culpa, nosotros sabíamos que las cosas podían salir mal, pero ahora somos más inteligentes, más sabias, y menos impulsivas.

—De todos modos quiero que estés con ellas.

—Está bien, por favor no salga de aquí, hasta mañana que yo venga, iré por Sir. Barthon para que vigile la puerta.

—Vale, muchas gracias.

Sale de mi recámara, dejándome completamente sola, respiro profundamente, ya que me siento amenazada, y muy intranquila, es mejor que trate de dormir, me pongo un camisón de seda blanco suelto mi larga cabellera, me miro en el espejo, a veces no reconozco mi reflejo, dejo de mirarme y me acuesto, me acurruco, con las manos de bajo de mi almohada, una de mis manos sostiene una fina daga.

No estoy cien por ciento dormida, estoy alerta, con una enorme desconfianza, y cierto temor, esperando que alguna amenaza cruce el umbral de mi puerta, y defenderme como una leona, si alguien se atreve a tocarme y rogándole a los Dioses que mi sangre no sea derramada.

El sonido apabullante de la ventana abriéndose, me hace levantarme de un brinco.

Mi corazón late tan fuerte, que mi caja torácica duele y un nudo en el estómago me oprime.

Calma Aitana, solo fue el aire.

Camino hasta la ventana, y enfrente de mi torre, está el maldito, besando a una hermosa morena.

¡Hijo de puta!

Levanta la mirada, y sus mares turbios me miran con burla, inclina un poco más a la morena, y la sostiene con sus brazos enormes, la mujer ni siquiera nota que los estoy observando, el pervertido comienza a besarle el cuello, descubre sus pechos y los empieza a lamer, sin dejar de mirarme, debería cerrar la ventana, sé que está haciendo esto para denigrarme, para sobajarme, pero no le daré el gusto, yo también sé jugar sucio.

Me relamo los labios, e incitándolo, con la navaja le hago un pequeño corte en mi camisón en medio de mis pechos, suelto la navaja y me empiezo a tocar con sutileza y eróticamente mis pechos, pellizco mis pezones, una corriente de excitación recorre mi lienzo, y se instala en mi monte.

El cerdo no deja de mirarme con morbo, coraje y odio.

Le regalo una sonrisa de éxtasis, dándole a entender que lo que estoy viendo en vez de ofenderme, me está excitando, bajo mis manos por mi cuerpo, lo recorro, llego hasta mis muslos, estos años, he estudiado las artes del amor, y he practicado algunas cosas con Belinda, sé dar y darme placer.

Aprieto mis muslos con vehemencia, y no cierro mis ojos.

Levanto un poco más mi camisón que el infeliz vea mi tersa piel, que desee tocarla, amansarla, veo que ha dejado de besar a la mujer y toda su atención está en mí.

Me río de él, y cierro de golpe la ventana, la primer batalla la he ganado.

[…]

Me levanto, después de que dejé a ese infeliz con cara de baboso, pude dormir mejor, no profundamente, pero si descansé lo suficiente.

La puerta se abre, y tomo mi daga, la suelto de inmediato al ver que se trata de Belinda.

—Veo que durmió con la daga, hizo bien. ¿Pudo descansar?

—Mejor de lo que esperaba—, no le voy a contar a Belinda lo que pasó ayer, eso me lo guardaré para mí.

—¿Cómo están las chicas?

—Bien señora, están atendiendo a los señores del rey, para sacarles información.

—Ok, solo que por favor sean discretas, esos hombres son peligrosos.

—No se preocupe, ellas saben hacer su trabajo, le voy a preparar su baño.

Entra al baño, y camino hasta mi armario, y decido ponerme un vestido azul turquesa, que mi padre y los dioses me perdonen, pero de negro y con cara de amargada, no podré salir de aquí, escojo mis accesorios: Un pequeño dije, con aretes, algo sencillo.

Un par de minutos después… Mi doncella sale.

—Listo mi señora.

Entro al baño y me quito mi bata y me quedo totalmente desnuda, y de inmediato me sumerjo en la tina, enseguida el calor me invade y los músculos se destensan.

¡Joder, esto es delicioso!

Belinda me comienza a lavar el pelo, después mi cuerpo, el olor a rosas invade toda la habitación, en verdad estoy disfrutando el baño, cierro mis ojos, y se me viene a la mente la imagen de Rhaegal, mirándome como perro hambriento, no puedo evitar reírme.

—¿De qué se ríe, mi señora?

—De que tienes razón, Belinda, la manera de salir de aquí es seduciendo al malparido.

Belinda me mira sorprendida y se lanza a mis brazos.

—Gracias, gracias.

—No me des las gracias, hasta que el plan haya funcionado.

—Funcionará, ya lo verá.

Terminamos, y después voy a arreglarme.

Cuando por fin terminamos, en verdad luzco hermosa el color azul, me hace lucir más blanca, y hace contraste con mi melena rojiza, mis luceros color topacio, resaltan de maravilla, me doy los últimos retoques y salgo.

Veo al Sr. Barthon, luce realmente agotado, me acerco a él, y hace una reverencia, lo tomo del hombro y le expreso con gentileza:

—Sr. Barthon, vaya a descansar.

—No, mi señora me puede necesitar.

—Estaré bien, ande vaya a descansar, y antes de irse vaya a desayunar.

—Gracias, mi reina.

—La que te debe agradecer, que estés aquí soy yo. Anda hombre.

Asiente con la cabeza y se va, camino todo el pasillo, y cada dos pasos veo un lacayo, los saludo a todos, y ellos me miran sorprendidos, me hacen una reverencia, llego al comedor, y ahí está la basura, sentado en la cabeza como si fuera un Dios, levanta la mirada, me mira detenidamente, de manera disimulada, su vestimenta es negra al igual que su alma, lleva una piel del león y su corona es enorme, que junto a su cabellera enorme, lo hacen lucir bastante intimidante.

—No se supone que debes, estar de luto.

—¡Buenos días, Rhaegar! Espero que hayas dormido bien, por qué yo dormí de maravilla, espero que tu golfa te haya complacido, y en cuánto al luto, este se lleva en el alma, tú mejor que nadie lo sabe.

Se levanta y le pega con fuerza a la mesa, que hace que está se mueva, realmente luce aterrador, su mirada se oscureció y desprende una aura oscura y siniestra.

—No juegues con mi paciencia, Aitana, quiero llevarte viva al capitolio, pero si no lo logro, te llevaré en pedazos—trago saliva, pues lo dice con tal convicción que en verdad acongoja.

Me siento, y le digo calmadamente:

— Que te impide hacerlo, a si es cierto, temes por la supervivencia de tu reino.

Tomo un par de uvas, y las muerdo muy sensual, puedo observar como su respiración cambia, pero aun así, suelta su m****a:

—No siempre tu casa tendrá la ventaja, Aitana, recuerda que grandes familias han caído.

—¿Eso es una amenaza?

—No, es una advertencia, disfruta tu desayuno, que un día no muy lejano, no podrás degustar estos manjares.

Se levanta y se va.

Trato de tranquilizarme, el infeliz no solo me amenazó a mí también a mi familia, algo está tramando, tengo que saber que es que lo que Rhaegar planea, es un hombre que siempre cumple sus promesas, y si quiere destruir a mi casa lo hará, si no lo ha hecho es por qué nos necesita.

Termino de desayunar, y voy en busca de las chicas.

No tardo en encontrarlas, están en la sala leyendo.

—Mi señora, ¿Se encuentra bien? Está pálida—grazna Angelina con preocupación.

—Si estoy bien, vamos a la recámara, tengo que pedirles algo.

Caminamos rápidamente, llegamos a mi recámara, y cierro la puerta con candado.

—¿Qué pasa, mi señora? Nos está espantando—dice Belinda.

—Chicas necesito, que investiguen con Néstor, el hombre de confianza del cerdo, que es lo que está planeando. Algo va a hacer para deshacerse de mí y de mi familia. No debería pedirles esto, pero es de vida o muerte.

—No se preocupe, mi señora, lo vamos a investigar.

Las tres salen, y me quedo muy preocupada. Debo de ser más inteligente que ese infeliz, de eso depende la supervivencia de todos los que amo.

[…]

Paso un buen rato, pensando, mi cabeza parece que me va a explotar.

Así que decido darme un baño en las caleras, para relajarme.

Tomo una canasta y coloco mis neceseres, entro al baño abro la puerta del armario, me meto, camino un poco y llego aún pasadizo que mande hacer, hace tiempo, a veces lo ocupo, para salir más rápido y no dar tantas vueltas, en estos momentos no quiero ser vista por los sirvientes de esa serpiente, hoy más que nunca debo de cuidarme.

Tomo una antorcha que siempre está ahí para alumbrar el camino.

Camino lentamente, hasta que llego a las caleras, de inmediato el vapor me golpea mi cara y el olor a eucalipto invade mis narinas, es lo único bueno de este horrible lugar, termino de entrar y dejo en una pequeña barra de cerámica mis cosas, me empiezo a desvestir, quedo totalmente desnuda, me sumerjo en una de las 3 piscinas, el agua está deliciosa nado un poco, y me siento más relajada, doy una vuelta más y me quedo detrás de una pared de vidrio con figuras decorativas, me empiezo acariciar uno de mis senos, suelto un gemido, de repente escucho que alguien se acerca.

Mis sentidos se ponen alerta, ya que nadie entra a este sitio solo yo, y en ocasiones las chicas.

A través del cristal, puedo ver qué se trata del cerdo pervertido, empieza a desnudarse, no debería verlo, pero es como un imán, se comienza a quitar, su camisa.

¡Maldición! Sus brazos son grandes y musculosos llenos de venas, sus pectorales, y su abdomen parecen ser de piedra, está tan marcado, parece que el mejor escultor lo talló, y un par de líneas negras adornan su piel.

Un deseo muy oscuro, posee mi cuerpo, no puedo agachar mi mirada, veo como se quita sus pantalones, liberando su monstruosidad, he visto vergas en los libros, pero esto es algo muy grande, venosa, y demaciado ancha, algo digno de admirar, me imagino que se sentirá tenerla adentro.

No me gusta lo que mi mente está reproduciendo, me estoy yendo por las ramas.

Salgo de mis pensamientos lascivos, cuando escucho su voz ronca y varonil:

—¿Te gusta lo que ves, Aitana?

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