Cómo llegué a Odiarte
Cómo llegué a Odiarte
Por: Kari
Capítulo 1

Las gotas de lluvia golpean los vidrios de mi recámara, con tal fervor, que parece que en cualquier momento se van a romper los cristales de los enormes ventanales.

Ventanales que adornan, toda esta prisión.

Mi corazón está a punto de un paro, no aguanto más. Estoy a punto de un colapso nervioso.

La luz tenebrosa de un relámpago atraviesa por un enorme ventanal, la antesala de un trueno, el sonido de este me paraliza, sonó como el estómago del mismísimo Diablo, me aferro a mis cobijas y me meto en ellas.

Aitana es solo agua, con un demonio tranquilízate.

Mi corazón parece que va a salirse de mi pecho, estoy bañada en sudor, a pesar del maldito tiempo que llevo aquí jamás me voy a acostumbrar a sus infernales tormentas.

Tormentas que pueden durar horas, días, o semanas.

Yo creo que por eso el infeliz, hijo de puta, me envió a este maldito lugar porque odio las tormentas, de seguro quiere que me vuelva loca, para deshacerse dé mí, pero no le voy a dar el gusto, si me quiere ver destrozada, lo tendrá que hacer con sus asquerosas manos.

Un trueno más se escucha, y grito como loca.

¡Joder, joder!

Escucho que se abre la puerta y es mi doncella.

—Mi señora, ¿Está bien?—, trata de descobijarme, pero me aferro a las cobijas como si de esto dependiera mi vida.

Otro trueno suena, y eso me hace temblar y rechinar mis dientes, cada músculo de mi lienzo está tenso, a causa del miedo, en estos momentos lo odio más, espero que el infeliz se muera pronto, y que sea una muerte lenta y dolorosa, que acabe su vida en agonía.

—Mi señora, solo fue un trueno, todo va a estar bien—dice Belinda, y me empieza a acariciar suavemente—. Solamente es lluvia.

Siempre me dice eso, para tranquilizarme.

Las yemas de sus dedos recorren mi cuello, mi columna vertebral, los dedos de Belinda hacen magia, siento como mi respiración empieza a regularse, al igual que los latidos de mi corazón, los tendones de mis manos se van a aligerando y lentamente voy soltando las cobijas, puedo sentir como mi bella doncella se mete a la cama y me abraza, el calor de su cuerpo me tranquiliza y a la vez me llena de nostalgia.

—Ve mi señora, todo está bien.

—¡Oh, Belinda! Estoy harta de esto, no quiero morir aquí, no quiero—, las lágrimas salen de mis luceros azules a cántaros.

—No lo hará, yo me aseguraré que eso no suceda, verá que tendrá la oportunidad de salir de este horrible lugar, y vengarse del rey por todos los infortunios que la ha hecho pasar.

—Los Dioses saben que lo que más deseo es vengarme de ese monstruo, cobrarle: Cada lágrima, cada noche en vela, la humillación de saber que mete su pito en cada golfa del reino, denigrando mi nombre, y el de mi familia, lo espero con ansias, pero a veces pierdo la esperanza tenemos 4 años aquí, recuerda lo que pasó el primer año, cuando intentamos escapar. Mató a todos los que podían a ayudarnos—, no puedo dejar de llorar, por sus humillaciones, por robarme mi vida, mi inocencia, aún sus palabras retumban en mi cabeza:

«Perderás todo, tu vida, tu belleza, tu dignidad, tu equilibrio mental y emocional, las personas que amas, perderás las ganas de vivir, y cuando hayas perdido todo como yo, y estés hecha m****a ese día, tendrás el permiso de tu rey para morir»

Las lágrimas se mezclan con mis fluidos nasales, mis lágrimas son de: Odio, de ira, de impotencia, de rabia de saber que él es libre, y yo una prisionera, de algo que no hice.

—Tranquilícese, sé que la vida, le dará la oportunidad de a justar cuentas, le he rezado mucho a los dioses para que eso suceda.—, me acaricia el pelo —. Ande duerma—, me sigue acariciando mi larga cabellera, hasta que me quedo dormida.

[…]

Me despierto alterada por el jodido sueño que tuve, este se vuelve a reproducir en mi mente:

«Por favor, Rhaegar; yo sería incapaz de eso, por favor no me mandes a ese lugar, soy tu esposa, tu reina»

«Tú no eres nada para mí, eres una m*****a, te odio y te odiaré, toda mi vida»

Puedo sentir todavía, sus manos estrujándome con fiereza, empujándome al suelo, sus palabras venenosas, sus luceros llenos de odio mirándome.

Debería dejar esos recuerdos, pero no logro hacerlo, mientras ese engendro del demonio está feliz de la vida, y yo aquí. El odio que siento por la rata inmunda es lo que me mantiene viva.

Me levanto, y enseguida voy al baño, me miro en el espejo y mi rostro luce realmente cansado, mis luceros están rojos y cubiertos por unas enormes ojeras.

Quizás me puse mal, porque ayer cumplí 4 años en esta m*****a isla. Quizás por eso siento esta m*****a opresión en mi pecho, una que me dificulta respirar.

Estás bien Aitana, todo estará bien.

Me levanto, y aunque odio este paraje, necesito saber que las 5 familias que viven aquí, están bien, esas personas han sido mi familia, en todo este tiempo, y no quiero que nada les pase.

Estoy haciendo el rondín del reencuentro de los daños, gracias a los Dioses, los daños son mínimos, solo hay que asegurar mejor el invernadero, el techo de una de las casas, miro a mi alrededor y la isla es tan pequeña, solo hay 5 casas, mi cárcel, y el enorme invernadero, y alrededor solo hay agua, y más agua, la verdad no sé ni dónde estoy, solo sé que para llegar a este maldito sitio nos llevamos 10 días.

Me paro en una roca, y cubro con mi mano mi rostro, miro al horizonte, deseando con todas mis fuerzas que alguien venga a rescatarme.

¡Por el amor a los dioses, Aitana! Deja de martirizarte con cosas que jamás pasarán. Ni los Dioses saben dónde estás.

Me quedo un poco más, hasta que siento como alguien jala mi falda, agacho mi mirada y veo a la pequeña Sophie, sus enormes luceros verdes, se clavan en mí.

En seguida me bajó de la piedra y me agacho, quedando a la altura, de la hermosa pequeña.

—¿Qué pasó, Sophie?—le digo con un tono suave y le acaricio su regordeta mejilla.

—Podemos ir al castillo a pintar, mi reina.

—Claro pequeña, solo déjame ir a ver a tus padres, y vamos—tomo su mano, y caminamos hasta su pequeña casa, como me gustaría que las familias que viven aquí tuvieran una mejor vida, sobre todo los niños, mi corazón se regocija cuando pienso que quizás esto es lo único que conocerán. Y mi odio por el malparido crece más, porque no solo me arrastró a mí a este infierno, también a personas buenas, personas que merecen una mejor vida.

Caminamos hasta llegar a la casa de la pequeña, toco la puerta de madera, y enseguida escucho la voz de Aranza:

—Pase, por favor—empujo la puerta, y entro, al instante que Aranza me ve, hace una reverencia, y pide disculpas:

—Su majestad, perdóneme, pensé que era alguien más.

—No te preocupes, nada más venía a ver ¿Cómo están?

—Bien, mi reina, pasamos mala noche por la tormenta, pero ya nos hemos acostumbrado a esas tormentas.

—Ya saben si necesitan quedarse en el castillo pueden hacerlo, es demasiado grande.

—No es necesario, mi señora. Aquí estamos bien.

Sé que me está mintiendo, quien estaría bien, en este pedazo de tierra, olvidado, donde la vida se hace cada vez más pesada.

—Bueno, está bien, me voy a llevar un rato a Sophie.

—Si, mi señora.

Tomo de la mano a la pequeña, y salimos, enseguida que llegamos a mi cárcel, pido algo de comer para la pequeña, y voy por los instrumentos para pintar.

No tardo nada, y empezamos con su lección, sus enormes ojos me miran entusiasmada.

Está pequeña, es uno de los motivos, por los que me levanto cada día, ver su cara de felicidad e inocencia, me dan un poco de esperanza.

Estamos tan entretenidas, de pronto se abre la puerta abruptamente. Mis luceros enseguida se clavan en Belinda, se ve que corrió bastante para llegar aquí.

—Mi señora—, levanta su mano y puedo ver, una carta, me levanto, porque ha de ser una carta de mi padre, tenía meses sin noticias de él, así que me levanto, y corro como loca, y se la quito con rapidez, mis manos tiemblan, es tanta mi ansiedad, que rompo el sello de mi casa, abro la carta, y de inmediato siento que todo se nubla a mi alrededor, el dolor se instala en mi pecho, es asfixiante y muy doloroso, mis lágrimas salen a mares.

—Mi señora, ¿Qué pasa?

No puedo hablar, solo lloro. Belinda me abraza,

—Belinda, mi padre, él ha muerto—mi padre era lo único que tenía, y ahora se ha ido.

¿Por qué Freya? Que hice para merecer tanto dolor, grito del inmenso dolor que estoy experimentando, es algo que me quema por dentro, siento que mis órganos van a estallar, el hijo de perra tenía razón, voy a perder todo.

Siento que no respiro, y caigo en el suelo, únicamente siento un dolor agudo en mi cabeza.

[…]

Me despierto y tengo a mi lado a Belinda.

—Oh Belinda, mi padre, lo único que me quedaba esta muerto y ni siquiera me pude despedir de él, moriré en este maldito lugar—, lloro a mares una vez más

—No diga eso mi señora, la muerte de su padre puede ser el pase a su libertad.

—No entiendo.

—Si su padre está muerto, el rey querrá anular el matrimonio, y para eso tiene que sacarla de aquí, esta es nuestra oportunidad mi reina.

—Y si no viene, no lo a hecho todo este tiempo.

—Sin su padre, su casa está débil, y él va a aprovechar esa oportunidad. Ande sé que está triste, pero ya habrá tiempo para llorar, ahora hay que idear un plan para salir de este lugar.

[…]

Han pasado 3 lunas, y ese engendro del demonio no ha venido, ya no tengo esperanzas, el dolor me está consumiendo, y aunque luzco hermosa por fuera, por dentro me estoy marchitando.

Es una noche fría, estoy en el salón principal, ni el calor del fuego de la chimenea, logra calentarme, es porque mi alma está fría.

Escucho como las pesadas puertas de hierro forjado se abren, y puedo ir esa m*****a voz que me ha perseguido por estos 4 años:

—Ahí está, la reina sin corona—su tono es frío, sarcástico, y nefasto.

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