—Fui un imbécil, un imbécil —aseveró Philip por tercera vez.
—Sí —dijo Angeline , cansada de decirle que no lo había sido—. Lo fuiste.
Parecía sorprenderse, con el tenedor a medio camino de su boca.
—Pero antes dijiste que era correcto seguir lo que me indicara mi corazón.
—Sí, pero si vas a seguir declarando tus faltas, finalmente voy a estar de acuerdo. Mira, Philip, si quieres ser libre e ir a la universidad sin problemas, está bien. No estuvo bien el año pasado porque tenía expectativas.
—Sé que las tenías y te decepcioné.
Angeline pensó que fue mucho más desgarrador que, simplemente, decepción. En un minuto estaban prometidos y al siguiente ella iba rumbo a Boston y con el apoyo de su madre. Pero sus sentimientos habían cambiado por completo. Con su mano aún vendada y Carl Lenoi rehusando dejarla sola, tenía otros problemas con los que lidiar.
—Philip, hemos hablado de Oxford, de mi familia, de tu familia y de San Francisco. ¿Por qué no me dices, exactamente, a qué has venido?
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