Lía se quejaba a diario de su trabajo esclavizante, de su editor, hasta de su hermana, pero nunca de él. ¿O se quejaba de él a sus espaldas? Como con Maura, ellas solían conversar muy seguido últimamente, de hecho, Lía la visitaba, cosa que antes no hacía mucho.
Seguro hablaban cosas como tipo: “es que no sé cómo decirle que deje de gastar tanta comida”, o “¿cómo puedo decirle que necesito que me ayude a pagar la mitad del pago del arriendo?”, tal vez y es capaz de quejarse con cosas como “no lo soporto, se apoderó de mi oficina y hace mucho ruido con su estúpido teclado”.
Oliver se mordió el labio inferior.
—Ay, ya basta, ¿qué es lo que te pasó? —espetó Lía y puso los ojos en blanco.
Estúpida niña malcriada, ¿por qué siempre le hacía e