La casa era un caos total, pero Mateo no tenía idea de que yo ya había abandonado este mundo.
En ese momento, él estaba acompañando a Camila, vendando con esmero la herida en su mano.
—¿Todavía te duele?
Su voz sonaba más dulce y suave que en cualquier recuerdo que yo atesorara.
Camila negó levemente con la cabeza, sus ojos brillaban con lágrimas.
—Ya no. Contigo aquí, no tengo miedo de nada.
Mateo la miró con el corazón destrozado, y la furia se dibujó en su entrecejo.
—¡Esto ya es demasiado! En cuanto aparezca, haré que pague por lo que hizo.
—Déjala en paz, no fue su intención. —Camila alzó la mano y apretó sus dedos con fuerza, con la voz quebrada por el llanto—. Ella solo... anhela demasiado la atención de todos.
Con cada palabra dulce que ella pronunciaba, la compasión en Mateo crecía.
—Camila, eres demasiado bondadosa. Te ha lastimado tan profundamente, y aun así abogas por ella.
—Es solo que... me preocupo por ella —murmuró Camila, y una lágrima cayó sobre el dorso de su mano—.