Capítulo 4
Mi alma siguió a Camila hasta la clínica privada.

No pasó mucho tiempo antes de que mi prometido, Mateo López, irrumpiera en el lugar.

Se dirigió directamente hacia Camila, tomó su mano y examinó con angustia la herida dejada por el alacrán en su palma. Sus ojos estaban llenos de angustia.

—¿Qué pasó? ¿Qué dijo el médico?

—Mateo, por favor, no —Camila sollozó, aunque forcejó por esbozar una sonrisa—. No es culpa de Isabela. Solo quería darme una sorpresa, quizás tomó el regalo equivocado… Ya sabes, siendo doctora en medicina, cría muchos animalitos para sus experimentos…

Entre más se empeñaba en mostrase "comprensiva", más se ensombrecía el rostro de Mateo.

Alzó la mirada, con la voz cargada de rabia:

—¿Isabela? ¿Dónde se está escondiendo ahora? ¡No temas, Camila, yo me encargo de que pague por esto!

Mateo, no hace falta que me busques… Ya estoy aquí a tu lado. Pero quizás no puedas hacerme pagar, porque… ya estoy muerta.

Por supuesto, puedes optar por tirar mi cadáver donde sea, castigándome al no comprarme una tumba;

Tras salir de la clínica, Mateo me llamó. La llamada no fue contestada, y dejó un mensaje de voz:

"Isabela, ¿cómo pudiste ser tan cruel? ¿Adrede colocaste un alacrán en la caja de regalo para lastimar a tu hermana? Siempre pensé que eras bondadosa, ¡pero terminaste haciendo esto por envidia!"

Su voz ardía de furia.

"Justo iba a llevarte un regalo —un collar que es reliquia familiar— para felicitarte por el premio. Pero ahora, no mereces tenerlo. Que esto sea tu castigo."

“¡Será mejor que le reces a Dios por que Camila esté bien... porque si le pasa algo, nuestro compromiso se acaba!”

Al escuchar sus acusaciones, quedé hecha polvo, sin tener ni siquiera un ápice de reacción.

Ya sabía que él siempre se inclinaría por Camila.

Cuando recién nos conocimos, al enterarse de cómo era ignorada y despreciada en mi propia familia, juró darme todo el amor que mi familia me había negado—

Me regalaba joyas preciosas, me acompañaba a y de clases, y luego a y del trabajo;

Pero no sé en qué momento todo cambió. Empezó a tomar constantemente el partido de Camila, diciendo que ella era ocho años menor que yo, que era mi hermana menor, y que debía cuidarla y ser indulgente con ella.

Sospechaba que se había enamorado de Camila, así que lo confronté. Lo único que me respondió fue:

—Estás exagerando, solo la veo como a una hermanita.

Su frialdad me hizo sentir como una loca histérica.

Pero lo amaba demasiado.

Creí que su presencia era un regalo del cielo para mí, pensé que él me pertenecería solo a mí.

Me equivoqué, me equivoqué rotundamente.

Mis padres preferían a Matías y a Camila porque eran mejores que yo. ¿Y Mateo? ¿Por qué la amaba a ella? Ya no tenía manera de saberlo.

Porque ahora, ya fuera que me cayera o sangrara, no sentiría ningún dolor—ya estaba muerta, y el alma no puede percibir el dolor del cuerpo;

Pasada la medianoche, papá, mamá y Matías regresaron exhaustos a casa.

Flotaba en un rincón de la sala cuando escuché a mamá suspirar:

—Qué lástima que la familia de Mateo no esté a la altura de la de Camila, de lo contrario, serían una pareja hecha el uno para el otro.

—Mira qué atento es en la clínica.

Mi corazón dio un vuelco.

Papá agregó:

—Sí, Mateo es muy capaz. También noté que Camila siente algo por él. Sería perfecto si pudieran estar juntos.

—No fantasees tanto —mamá negó con la cabeza—. El linaje de Mateo empata bien con el de nuestra Isabela. Aunque se case con Isabela, igual podrá cuidar de Camila.

Lo dijo con un tono despreocupado, pero cada palabra fue como una daga clavándose en mi pecho.

En eso, papá frunció el ceño y dijo:

—Huele raro en la casa, a sangre.

Matías se dirigió hacia el sótano tras él.

—¿Qué es eso?

Mamá también los siguió.

Matías empujó la puerta.

Un olor fétido y metálico a sangre los embistió de lleno.

En la penumbra, un cuerpo yacía inmóvil en un charco de sangre, los ojos entreabiertos y vidriosos.

Matías se quedó paralizado, y con una voz quebrada por el terror gritó:

—¿Isabela...?
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