Al organizar las pertenencias, mi padre encontró una grabadora oculta en lo profundo de mi cajón.
Dudó un momento y presionó play.
Se escuchó una voz ronca y jadeante: mis últimos momentos de vida.
—¿Quién es? ¿Por qué entran a la fuerza?
—Tranquila, Isabela. Solo venimos a tomar unas cosas —respondió una voz masculina desconocida—.
—Camila nos dijo que solo debíamos golpearte hasta dejarte en ridículo y tomar unas fotos contigo y unos hombres. Así podría mostrarle a todos cómo eres realmente.
—Recuerden: nada de muertes. Solo arruinen su reputación.
Luego se oyeron mis forcejeos y un golpe contundente.
—¡Aaah!
El olor a sangre parecía traspasar la grabación.
Al final, solo quedaron jadeos acelerados y súplicas cada vez más débiles.
—Socorro... por favor... ¿Hay alguien?...
Después, un silencio absoluto.
La grabación terminó.
Toda la familia quedó paralizada.
¡Mi muerte no fue un accidente, sino un asesinato premeditado!
La grabadora seguía reproduciendo: los pasos frenéticos de los cr