Matías se quedó paralizado. Mi nombre quedó atrapado entre sus labios, convertido en un sollozo ahogado, pero nunca llegó a pronunciarse.
El más rápido en reaccionar fue papá. Su expresión de incredulidad se retorció instantáneamente en pura rabia.
—¡Isabela! ¿Te has vuelto loca? ¿Qué diablos pretendes hacer?¿Arrastrarte hasta este espectáculo patético solo para llamar la atención? ¡Esto es el colmo del ridículo!
—¡Deja de actuar y levántate! —la voz de mamá chilló en un tono estridente—. ¡Qué pena das! ¿Tan patética es tu envidia por Camila que teatralizas tu propio fallecimiento?
Mi alma flotaba a su lado, observándolos gritarle a mi frío cadáver.
Todavía se negaban a creer que estuviera realmente muerta; estaban convencidos de que era otra de mis tácticas para buscarme atención y compasión.
Finalmente, Matías se sacudió de su estupor. Dio un paso al frente y, con fastidio, empujó mi brazo con la punta de su zapato.
—¡Basta de fingir! ¡Levántate!
Mi cuerpo se mecío levemente con el g