El sol ya estaba en lo más alto cuando abrí los ojos. La claridad se filtraba con descaro por las rendijas de las cortinas, y en cuanto me moví me di cuenta de que había dormido más de lo habitual. El reloj en la mesita marcaba casi el mediodía. Por primera vez desde hacía semanas mi cuerpo había cedido al sueño de forma un poco más profunda. Tal vez fue el cansancio, tal vez el simple hecho de que ya no quedaban fuerzas para seguir luchando con el insomnio.
Me incorporé lentamente, con esa sensación de pesadez en los músculos que aún no se terminaban de recuperar. Miré alrededor y respiré hondo: Matías no estaba. El departamento se había quedado en silencio, vacío, y esa ausencia fue un alivio momentáneo. Sabía que no podía quedarme allí, no después de lo de anoche.Me vestí sin prisa, recogí mis cosas y salí del edificio tratando de pasar desapercibida. Afuera, el calor del día me golpeó de frente y el ruido de la ciudad me devolvió a la realidad. Levanté la mano para dete