La mañana comenzó con la insistencia de Rosa. Había entrado a mi cuarto con una bandeja de desayuno y esa energía inquebrantable que parecía no agotarse nunca.
—Isa, tienes que animarte —me dijo mientras colocaba el café en la mesita—. No puedes pasar los días aquí encerrada.Yo me acomodé en la cama, aún con el cuerpo adolorido, como si cada parte de mí pesara demasiado.—No tengo con quién salir, Rosa, como podría animarme.—Claro que sí, tienes amigas…—No —la interrumpí con un suspiro—. No tengo a nadie. Deje de tenerlas cuando empecé a salir con Matías.Se quedó en silencio un momento, observándome con ese gesto de preocupación que cada vez me resultaba más familiar.—No puedes depender de una sola persona, Isa. Tienes que tener tu propio mundo.“Mi propio mundo…” Esa frase me atravesó. Durante años, mi mundo había girado alrededor de Matías. Incluso cuando él no estaba, todo lo que hacía era para él, por él. Mi unica amiga era la madre de Matías