No recuerdo el momento exacto en que mis pies me obligaron a salir de la casa. Lo último que sé es que las paredes me aplastaban, que el aire estaba tan pesado que me quemaba la garganta al respirar. Necesitaba escapar. No pensé en Rosa, ni en lo que podía decir si me veía salir a esas horas. No pensé en nada. Abrí la puerta y dejé que el aire nocturno me golpeara como una bofetada.
Era frío, áspero, casi hostil. Pero ese frío me recordó que aún estaba viva, aunque por dentro me sintiera muerta. Caminé sin rumbo fijo, con los brazos cruzados como si intentara sostenerme a mí misma. Las calles estaban medio vacías, apenas iluminadas por farolas que titilaban de vez en cuando. Escuchaba mis propios pasos sobre el pavimento y el eco de mi respiración entrecortada.Cada paso me alejaba más de todo lo que conocía, pero no era suficiente. La voz de Sarah seguía persiguiéndome con su burla venenosa, con esa promesa de destruirme. “Te voy a arrancar todo lo que eres, Isabella, hasta