Capítulo 4

De Regreso A La Realidad

Clínica Privada, Oficina del Dr. Nate Harrington

Lunes, 8:41 a.m.

La oficina olía a desinfectante y orden. Las carpetas estaban perfectamente alineadas sobre el escritorio, la laptop abierta con el calendario lleno de reuniones y consultas y la cafetera automática goteaba una mezcla premium que prometía mantener a cualquiera despierto durante una cirugía a corazón abierto.

Y, aun así, Nate no podía concentrarse.

Tenía la mirada fija en el cristal de la ventana, desde donde se veía Central Park empezar a llenarse de corredores y paseadores de perros. Su reflejo en el vidrio le devolvía una imagen impecable: traje azul marino, camisa blanca sin una sola arruga, corbata gris oscuro. El cabello peinado con precisión quirúrgica. Todo en su sitio. Todo... como siempre.

Excepto por el caos que seguía vibrando en su interior.

Golpes suaves en la puerta lo sacaron del trance. Ni siquiera respondió. Ya sabía quién era.

- ¿Qué demonios hiciste el fin de semana, Nate? - preguntó con voz grave y divertida Miles, su mejor amigo desde los años universitarios, ahora dueño de una galería de arte en SoHo y escritor de novelas gráficas y el único ser humano que podía entrar sin permiso a su santuario de orden y protocolos.

Miles llevaba una camiseta negra con una calavera de diamantes, jeans rasgados y unas gafas de sol colgadas del cuello. Totalmente fuera de contexto en el mundo de su amigo, como siempre.

Nate soltó un suspiro.

- No estoy de humor para sarcasmos.

Miles se dejó caer en la butaca frente al escritorio, estirando las piernas.

- Entonces definitivamente necesito saber qué pasó. Solo usas ese tono cuando algo se sale de tu control. ¿Qué fue? ¿Alguien movió tu bisturí medio centímetro a la izquierda?

Nate apretó la mandíbula. Luego se frotó los ojos con los dedos.

- Me acosté con Claire Bennet.

Miles se quedó en silencio. Algo raro.

- ¿Claire Bennet? ¿Podrías darme más información?

- Es una colega del hospital donde trabajo. La que escribió ese artículo del que te hablé.

- ¿Ese que te atacó por esa teoría de la impulsividad? Estuviste molesto por una semana.

Miles parpadeó. Luego silbó.

- Bueno, bueno... eso sí que no me lo esperaba. ¿Fue... intencional?

- Fue una conferencia, una cena, demasiado alcohol… - Nate se dejó caer en la silla con un suspiro - Y al despertar, todo era un desastre. Literal. Como si hubiéramos hecho una fiesta para veinte.

- ¿Y solo estaban ustedes dos?

- Sí.

Miles soltó una carcajada.

- Acabé la caja de condones...

- ¡Dios bendito, Doc. Bot! ¿Por qué no haces las cosas a medias como el resto de nosotros? ¿Sabes la cantidad de gente que mata por una aventura de una noche así?

Nate no respondió.

Miles lo observó un momento. Luego se inclinó hacia adelante, más serio.

- ¿Y ella? ¿Cómo lo tomó?

Nate apretó los labios, molesto consigo mismo.

- Como si nada. Dijo que no significaba nada. Se vistió, se fue y me dejó… ahí.

Miles levantó las cejas.

- Oh… ouch. ¿Te usaron, Natecito?

- No es gracioso.

- Para mí sí. Para ti es... histórico. El gran Doctor Nate Harrington, el intocable, el que nunca pierde el control… ¿Sintiéndose usado?

Nate lo fulminó con la mirada. Miles solo se encogió de hombros.

- No estoy acostumbrado a eso.

- Claro que no. Tú eres el que decide. El que lleva la agenda, el que pone las reglas, el que nunca necesita nada. ¿Y ahora qué? ¿Te dolió el ego?

Nate lo miró con expresión seca, pero no respondió.

Miles entrecerró los ojos.

- ¿O fue algo más?

Silencio.

Miles se acomodó mejor en la silla y cruzó los brazos.

- Dime la verdad, Nate. ¿Te gustaba Claire desde antes?

Una pausa demasiado larga.

- Tal vez.

Miles chasqueó la lengua.

- Te atrapó. Esa mujer te dio una probadita de lo que es la independencia femenina real. Y ahora no sabes si quieres matarla o rogarle que se quede.

Nate se masajeó las sienes, exasperado.

- No estoy atrapado. Solo… No entiendo por qué reaccionó así. Pensé que las mujeres querían ese tipo de cosas. Estabilidad. Compromiso. Alguien confiable.

Miles se rio.

- ¿Qué demonios has estado leyendo? ¿Un manual de los años cincuenta? Nate, las mujeres ya no quieren un “buen partido”, quieren ser libres con un buen partido. Están hartas de las promesas vacías y tener que esperar en casa rodeadas de hijos. Quieren sentirse valoradas por si mismas, por sus logros, no sólo por el sazón de la cena o calentar la cama.

- He salido con mujeres así...

- Claro...seguro...Y yo soy monje. - bufó Miles - Con las que has salido te muestran lo que quieres ver para que tu ego se infle, pero en cuanto empiezas a mostrar tu cuenta bancaria y eficiencia al controlar que tengan más de lo que necesitan o piden, su independencia se va al carajo y se unen a la “secta Nateliana" que tiene un trato VIP para los miembros mientras hagan lo que quieres. Por lo que veo, esa chica no le interesa ni tu dinero o tu perfecta eficiencia. Es resistente al encanto Harrington y eso te descolocó.

- Esto es una locura...

- Creo que es algo bueno. Te hará soltar el control...

- Oye...

- Amigo mío, eres el mejor en muchas áreas, pero en el órgano que hace que tu máquina perfecta funcione eres inexperto.

- ¿Mi cerebro?

- No, tonto...Ese es el computador... Es tu corazón...Ese es el motor que te mantiene vivo.

- ¿Estás en otro de tus proyectos? - le preguntó burlón.

- Siempre....Hay tantas posibilidades como humanos en el mundo...

Nathaniel se rio.

- Lárgate, tengo más pacientes. - dijo más tranquilo después de su conversación.

- Mantenme al tanto... Si te conozco lo suficiente, no te quedarás tranquilo hasta poder explicar por qué esa mujer no quedó enamorada de ti después de la noche que le diste...

- Miles...- advirtió cuando la señora Smith, una señora de noventa años que se asomó para su cita agendada los miró con una ceja alzada.

- Lo sé, lo sé... Modales... - se burló imitando su voz antes de marcharse.

- Adelante, señora Smith. - le dijo levantándose para indicar el asiento y comenzar la consulta.

Aunque sus pensamientos regresaban a esa noche una y otra vez...

Apartamento de Claire Bennet, Brooklyn

Lunes, 6:12 a.m.

El despertador no había sonado aún, pero Claire ya estaba despierta. No por costumbre, sino por urgencia.

Saltó de la cama de un tirón, con la frente perlada en sudor frío. Apenas alcanzó a llegar al baño antes de inclinarse sobre el lavabo. La náusea era como una ola brutal que no dejaba espacio para pensar. Ni para respirar. No era algo común. Y eso… la inquietó.

Desde el pasillo, un maullido grave y ronco la hizo girar la cabeza.

- Estoy bien, Freud. - murmuró entre jadeos, mientras se enjuagaba la boca.

El gato gordo, gris de pelo corto con cara de juez silencioso, se sentó en la puerta del baño observándola con esos ojos dorados que juzgaban todo lo que hacía.

Claire se apoyó en el lavabo. Su reflejo en el espejo no era alentador: rostro pálido, ojeras marcadas y el cabello revuelto. Nada que una ducha no pudiera resolver. Excepto por esa punzada sorda en el vientre y el nudo en el estómago que no parecía tener que ver con comida.

Volvió a la habitación, con pasos lentos, mientras Freud la seguía como una sombra peluda. Se sentó en el borde de la cama, todavía sin encender la luz. En la penumbra, dejó caer la cabeza entre las manos.

- No puede ser.

La frase salió en un susurro incrédulo. No estaba afirmando, estaba negando. Porque el solo hecho de pensar en la posibilidad ya la ponía a temblar. Era médica. Psiquiatra, sí, pero conocía lo suficiente de biología básica como para reconocer los signos. Retraso en el período. Náuseas matutinas. Pechos sensibles. Sueño excesivo el fin de semana…

Y, sobre todo, un recuerdo borroso de una noche de descontrol con el hombre más estructurado del hospital. El mismo que usaba camisas planchadas como si fueran parte de su epidermis.

Nate Harrington.

El Doc. Bot.

El tipo al que todo el mundo en la sala de médicos bromeaba con llamarlo “el cirujano de los algoritmos”.

Se tapó la cara con las manos. La risa fue amarga. Iban a hacer chistes con eso en su cabeza por semanas: La psiquiatra que se acostó con el Doctor Bot.

Freud subió a la cama con un salto y se acomodó en su regazo, ronroneando.

Claire acarició su pelaje mecánicamente. El pecho le pesaba, no de dolor físico, sino de la conciencia de lo que podría estar ocurriendo.

- No tiene sentido entrar en pánico aún, ¿Cierto?

El gato no respondió, pero su mirada era condenatoriamente sabia.

Claire suspiró.

Iba a comprar una prueba. Solo para descartar. Solo para asegurarse. Porque si era lo que empezaba a sospechar… entonces no podía permitirse perder el control.

No como su madre.

No como las mujeres que se aferraban a un sueño que siempre terminaba rompiéndolas.

Y mucho menos con un hombre como Nathaniel Harrington.

Un hombre que seguro creía que la paternidad venía con un plan financiero, desayuno en familia y boletos para el ballet los sábados por la mañana.

Claire se puso de pie, decidida.

Primero, una ducha. Luego el hospital.

Después... farmacia.

Y que fuera lo que tuviera que ser.

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