Capítulo 3

Después de La Tormenta

Hotel Adlon - Habitación 2007 3:12 a. m.

La habitación estaba en silencio, salvo por el rumor lejano del tráfico y el zumbido del aire acondicionado. Las sábanas aún estaban enredadas a sus piernas y el calor en su piel hablaba de todo lo que acababa de pasar. Claire dormía con un brazo sobre su pecho, su respiración regular, el ceño apenas fruncido como si incluso dormida estuviera pensando.

Nate no podía cerrar los ojos.

Tenía el cuerpo satisfecho y el alma en un caos fascinante. Se pasó una mano por el rostro, mirando el techo como si ahí pudiera encontrar la respuesta a lo que acababa de hacer. A lo que acababan de ser.

Y entonces, recordó.

Mount Grace.

Claro.

Ah, m****a.

La había visto antes. No en un congreso ni en una nota académica… sino en Mount Grace Medical Center, el hospital donde cubría algunos turnos cuando quería algo más práctico que la comodidad de su propia clínica. El hospital donde el ala de Neurociencias llevaba el nombre de su familia: Harrington. Uno de esos sitios en los que todos sabían quién era él, pero nadie se atrevía a decírselo a la cara.

La recordaba ahora, cruzando el pasillo de la unidad de Evaluación Psiquiátrica y Conducta Criminal. Siempre con expresión enfocada, una carpeta contra el pecho, el cabello recogido y el paso rápido. Nadie la molestaba. Había algo en su manera de caminar, en su silencio, incluso, que hacía que los demás se apartaran.

“Y yo sin saber que estaba tan cerca.” pensó.

A unos pisos de distancia, unos turnos intercalados, un ascensor de por medio.

Y ahora... ahora estaba desnuda a su lado.

Cerró los ojos y dejó que una sonrisa le curvara los labios. No solo por el sexo, que había sido jodidamente increíble, eléctrico, como una guerra en la que ambos habían ganado después de varias rondas, sino por algo más extraño y genuino. Porque la tenía cerca. Y eso, contra todo pronóstico, le producía una satisfacción cálida, incómoda… casi ridícula.

Porque ella no era como las demás.

Porque no podía impresionarla con un apellido o una invitación a cenar.

Porque no lo necesitaba.

Y porque, joder… no podía dejar de mirarla.

Lo atraía como una polilla a la luz.

Claire se movió en sueños, su ceja tembló y murmuró algo incomprensible. Nate se giró hacia ella, la observó en la penumbra y su mente volvió a repetir el pensamiento que lo venía persiguiendo desde que la escuchó hablar en el escenario horas antes:

Estoy jodido.

Y, por primera vez, no era una queja.

Era una declaración de asombro.

Una que le arrancó otra sonrisa antes de cerrar los ojos. Porque sabía que, aunque la mañana siguiente trajera distancia o incomodidad, había cruzado una línea. Una que ya no le interesaba desandar.

A pesar de su lógica, de su prestigio.

De lo que le habían enseñado a ser.

El Doctor Nathaniel Harrington.

Un médico de treinta y cinco años. Neurocirujano de renombre. Fundador y director del exclusivo Harrington Brain & Spine Institute. El tipo de hombre que hacía que una sala se silenciara apenas entraba, no por miedo ni autoridad explícita, sino por esa mezcla de carisma innato y arrogancia refinada que solo los verdaderamente brillantes se podían permitir.

“Nate”, como lo llamaban unas pocas personas en el planeta, vivía en un ático con vistas a Central Park West, en uno de esos edificios históricos que olían a legado y a dinero antiguo, con detalles arquitectónicos restaurados a la perfección y acceso restringido a un club de médicos, inversores y filántropos. Su apartamento era una muestra de minimalismo de alto nivel: líneas limpias, arte moderno cuidadosamente escogido, libros ordenados por tema y color y tecnología de última generación disfrazada de sobriedad.

Ordenado. Metódico. Preciso.

Y absolutamente insoportable cuando creía tener la razón.

Lo que, para su desgracia y la de todos a su alrededor, sucedía con alarmante frecuencia.

Tenía un sentido del humor afilado, seco, cargado de sarcasmo, que usaba como escudo y como espada. No era cruel, pero tampoco hacía esfuerzos por ser amable. Había sido educado para ganar, no para agradar. Y en su mundo, las emociones eran un obstáculo, no un valor. Se movía entre quirófanos, juntas médicas y cenas de beneficencia con la misma eficiencia con la que resolvía una disección cerebral: sin margen de error, sin espacio para el caos.

Hijo de un cardiólogo eminente y de una oncóloga galardonada, Nathaniel era parte de una dinastía médica donde el afecto se medía en becas obtenidas, procedimientos exitosos y méritos académicos. Fue criado entre internados británicos, veranos en Suiza y silencios que nunca fueron incómodos porque nadie esperaba hablar de sentimientos. En su casa, el amor se demostraba con eficiencia, presencia y resultados. No con caricias ni palabras dulces.

Sabía exactamente lo que el mundo esperaba de él: excelencia, prestigio, estabilidad. También creía saber lo que una mujer “correcta” deseaba: un esposo funcional, una cuenta bancaria sin sobresaltos, hijos sanos y una casa en la costa para el verano.

Y así habría seguido, cómodo en esa ruta preestablecida de perfección quirúrgica.

La joven independiente y fuerte no era de ese estilo, que no se rendía ante su apellido ni ante su sonrisa segura.

La médico, que discutía con la misma pasión con la que pensaba, que no lo admiraba, lo desafiaba.

Claire.

Y entonces, por primera vez, Nathaniel Harrington no supo cómo racionalizar lo que sentía.

Ni cómo escapar de ello.

La Mañana Siguiente

Claire parpadeó. Una, dos veces. La luz que se colaba entre las cortinas gruesas era suave, pero lo suficientemente clara para revelar el desastre ante ella.

Uno de sus zapatos colgaba del respaldo de una lámpara.

Un sujetador negro, definitivamente suyo, estaba atrapado en el picaporte de la puerta del baño.

Y en la alfombra… ¿Era eso hielo? ¿Y sushi?

¿Iban a pedir comida japonesa o fue parte de algún ritual extraño?

Se sentó lentamente, sintiendo un martilleo leve detrás de los ojos. El sabor metálico del alcohol aún le arrastraba la garganta.

Y entonces lo vio.

Ahí estaba él.

Desnudo. Boca abajo. Con una sábana cubriéndole apenas la cintura y el brazo extendido fuera del colchón como si hubiera estado apuntando a la salvación en mitad de la noche.

Nate Harrington.

Serio. Estructurado. Rey de las listas, los horarios y las batas perfectamente planchadas.

Y ahora… dormía roncando ligeramente, con una línea de confeti (¿confeti?) pegada a la espalda.

Claire se llevó ambas manos al rostro.

- M****a.

Se puso de pie torpemente. Su vestido estaba a medio camino colgado de la lámpara de pie y sus bragas, bendito cielo, estaban… sobre el rack cercano. ¿Cómo diablos llegó eso ahí?

Dio un paso, resbaló con una rodaja de limón y murmuró entre dientes:

- ¿Qué fue esto? ¿Una orgía de dos personas? ¿Un experimento sociopático?

En la mesa de centro había una botella de tequila vacía, dos copas caídas y una pequeña torre de hielo derritiéndose dentro de una hielera caída. Al lado, un estetoscopio. No sabía si era suyo o de él. Ni quería saberlo.

Se giró para mirarlo de nuevo.

Nate suspiró entre sueños, se dio vuelta y murmuró algo como “Control postoperatorio…” antes de fruncir el ceño en su letargo.

Claire resopló.

- Claro que incluso dormido está dando órdenes médicas.

Avanzó con torpeza hacia el baño. Cerró la puerta. Se miró en el espejo. Su maquillaje estaba corrido, el cabello era un enredo épico y su dignidad colgando de algún punto que aún no lograba ubicar.

Se apoyó en el lavabo y murmuró con una mezcla de incredulidad y resignación:

- Dormí con El Doc. Bot. Claire Bennett, brillante psiquiatra forense y fuiste a caer con el póster humano del perfeccionismo.

Bien hecho, campeona.

Claire salió del baño ya vestida, aunque su cabello aún conservaba el caos de la noche. Cargaba los tacones en una mano y su bolso en la otra. Caminaba con esa postura decidida de quien ha tomado una decisión y no piensa abrir debate.

Nate se sentó al borde de la cama, apoyando los codos en las rodillas. Se había puesto los pantalones, pero seguía sin camisa. Tenía el ceño fruncido. No solo por la resaca, sino por la sensación incómoda que crecía dentro de él.

Claire no le dio muchas oportunidades.

Y cuando caminó hacia la puerta, Nate se había incorporado, el cabello revuelto y la expresión de alguien que estaba muy confundido… pero también un poco impresionado.

La miró.

- Buenos días. - dijo, ronco.

Claire alzó una ceja, sin piedad.

- No hables. No estoy lista para tu voz de locutor de TED Talk con resaca.

- ¿Qué pasó anoche?

- Si tú no lo sabes… estamos en más problemas de los que pensaba.

Nate bajó la mirada al caos que los rodeaba. Su camisa colgaba de una silla. Un condón usado asomaba entre los pliegues de la alfombra y los otros en la mesa de noche.

- Santo cielo. - murmuró.

- Mi pensamiento exacto. - respondió ella, cruzándose de brazos.

Él alzó la vista, su tono más curioso que culpable.

- ¿Estás… bien?

Claire respiró hondo. Luego lo miró fijamente.

- Estoy bien. Pero si alguien pregunta, esto no pasó. Jamás. Tú eres El Doc. Bot. Yo soy la psiquiatra con cero interés en relaciones. Dos mundos que colisionaron por tequila, muchos tragos y sushi. Nada más.

Nate asintió lentamente, aunque su mirada decía otra cosa. Algo más complejo. Más intrigado.

- No tienes que decir nada.

Su tono era firme, práctico. Ni una gota de emoción.

- Claire… - empezó él, pero ella levantó una mano como si cerrara la puerta de un expediente.

- Fue una borrachera. Ya está.

Nate parpadeó, desconcertado.

- ¿Eso crees que fue?

- No creo. Sé lo que fue. - Lo miró a los ojos con una media sonrisa, como si ya hubiera pasado por esto antes, como si él solo fuese un número más. Y eso lo apretó por dentro de una forma extraña.

Claire se calzó los tacones con agilidad y fue hacia la puerta, con la misma elegancia que tendría al salir de una consulta incómoda.

- ¿Y eso es todo? - preguntó él, la voz más baja, como si aún no creyera lo que estaba ocurriendo.

- Sí. Dormimos juntos. No fue… nada.

El silencio cayó como una bomba entre ellos.

Nate, que normalmente no se quedaba sin palabras, la miró como si ella acabara de romper algo invisible en el aire. Como si lo hubiera reducido a un objeto, a una anécdota.

Y lo peor… es que no sabía por qué eso le dolía tanto.

Claire giró la perilla y justo antes de salir, se volvió una última vez. Con esa mirada clínica de quien ha aprendido a desconectar emociones del cuerpo.

- No pasa nada, Harrington. Respira. El mundo no se va a desmoronar porque pierdas el control por una noche.

Nate se quedó mudo.

Pero no dijo nada más.

Claire suspiró antes de abrir la puerta.

Y con eso… se fue.

Dejándolo ahí.

Solo, semidesnudo y con la suite hecha un desastre.

Pero no tanto como su interior.

Porque por primera vez en mucho, mucho tiempo…

Nate Harrington se sintió usado. Y descartado.

Y no sabía cómo manejarlo.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP