Dos Malditas Rayas
Apartamento de Claire Bennet - Brooklyn
Martes, 7:49 p.m.
El test de embarazo descansaba sobre el lavamanos como una amenaza silenciosa.
Claire lo había comprado esa misma tarde, después de salir del hospital. Nadie notó su ausencia en el cambio de turno. Había hecho todo con precisión quirúrgica. Entró a la farmacia, evitó cualquier tipo de contacto visual, eligió la prueba más sencilla, nada de apps o digitales, solo las dos malditas líneas, pagó en efectivo y volvió al trabajo como si nada.
Ahora, en la penumbra de su baño, con el uniforme clínico aún puesto, los zapatos dejados al descuido cerca de la puerta y el pelo recogido de cualquier manera, Claire tenía el corazón a mil. El silencio era absoluto, salvo por el leve zumbido de los tubos fluorescentes del pasillo y el ronroneo lejano de Freud desde el sillón.
Tres minutos.
Tres malditos minutos que se sentían como un juicio final.
Se sentó en el borde de la bañera, con los codos apoyados en las rodillas y la vista clavada en el piso. No quería mirar. Quería que el tiempo pasara sin tener que enfrentarse a la verdad. Porque parte de ella, la parte racional, ya lo sabía. Su cuerpo le había estado gritando la respuesta desde hace días. Pero enfrentarlo... eso era otra cosa.
Apretó los labios.
Pensó en su madre. En los romances fugaces, en las promesas rotas, en los hombres que venían y se iban dejando sonrisas vacías y cajas de mudanza.
Pensó en su infancia. En los cumpleaños donde solo había una silla vacía y un deseo jamás concedido.
Pensó en su propia decisión de huir a Nueva York. Huir del amor. Huir de todo eso.
Y, por supuesto, pensó en él.
En Nate Harrington.
El doctor perfecto. El hijo prodigio de la medicina. El hombre que olía a jabón caro y whisky de reserva. El que tenía las emociones bajo llave, pero los ojos más intensos que había visto jamás.
El que, por alguna razón desconocida, había terminado con ella en una cama. Entre risas, caricias torpes, copas desbordadas y besos que aún no se atrevía a recordar del todo.
No era amor.
No fue amor.
Fue el alcohol. La soledad. El cansancio. El maldito hotel y el encanto de lo prohibido.
- Solo una noche. - murmuró para sí misma, aunque la voz le salió débil.
Miró el reloj del celular. Tres minutos exactos. El momento había llegado. No podía huir más.
Se levantó con lentitud, se acercó al lavamanos y tomó el test con mano temblorosa.
Miró.
Dos líneas.
Claras. Rojas. Indiscutibles.
Claire dejó escapar el aire con un sonido que no era ni risa ni llanto. Solo algo en medio. Algo que dolía.
- Genial.
Apoyó la espalda contra el azulejo frío del baño y dejó que su cuerpo se deslizara hasta sentarse en el suelo. Freud se acercó al instante, restregando su cuerpo contra ella como si pudiera leer la confusión en su alma.
- Vas a tener que compartir tus croquetas, peludo. Seremos tres.
El gato maulló sin compromiso.
Claire cerró los ojos, una mano sobre el vientre aún plano.
No sabía qué iba a hacer.
Pero lo que sí sabía… era que no iba a correr a los brazos de un hombre solo porque dos líneas lo dijeran.
Mount Grace Medical Center Upper East Side, Manhattan
Miércoles, 10:14 a.m.
El ala de psiquiatría era un mundo aparte. Más silencioso, más medido. Las conversaciones eran bajas, los pasos más lentos, el tiempo parecía correr distinto. Nate Harrington se había paseado por esos pasillos al menos tres veces esa mañana. Y no por casualidad.
Se detuvo frente al dispensador de café, revisando el celular sin mirar nada realmente. Su vista estaba enfocada en la figura de Claire Bennet, que acababa de salir del consultorio 3B con su bata blanca, la Tablet contra el pecho y la mirada perdida en alguna parte muy lejana.
Llevaba el cabello suelto, algo inusual en ella y la piel un poco más pálida que de costumbre, pero lo que más le llamaba la atención a Nate era esa maldita barrera invisible que había construido en torno a sí misma desde aquella noche. Desde el desastre. Desde la orgía improvisada de dos personas solas y con demasiado alcohol.
¿Una noche loca? ¿Eso fue todo?
¿Entonces por qué ella ni siquiera le dirigía una mirada?
Habían regresado hace cuatro semanas y a penas si se habían cruzado en un pasillo y ella ni siquiera lo vio.
- ¿Vas a quedarte ahí parado todo el día o vas a hacer algo con esa taza vacía? - la voz de un interno pasó junto a él, bromeando.
Nate ni lo oyó. Dio un par de pasos más, girando justo en el momento en que Claire tomaba el pasillo hacia la sala de reuniones. Aceleró el paso para alcanzarla. Era ahora o nunca.
- Bennet. - llamó, con esa voz firme y tranquila que usaba hasta en medio de cirugías complicadas.
La mujer se detuvo. Apenas. Solo lo justo para voltear el rostro unos grados.
- Doctor Harrington. - respondió, con una educación quirúrgica.
La forma en que usó su apellido fue como un golpe seco. Formal. Distante. Como si la noche en Berlín nunca hubiese existido.
- ¿Podemos hablar?
Claire lo miró un segundo. Solo un segundo. En ese breve lapso, Nate creyó ver una chispa de algo más: culpa, evasión… dolor. Pero fue tan rápido que tal vez lo imaginó.
- Estoy en medio de pacientes. - dijo ella, sin alterarse - Habla con mi secretaria si necesitas agendar algo.
- Claire…
- Doctor Harrington, - repitió, esta vez más firme - no mezcle lo personal con lo profesional. Aquí no somos nada más que compañeros. ¿Está claro?
Y sin esperar respuesta, se marchó por el pasillo como si la conversación nunca hubiese sucedido. Nathaniel se quedó plantado en el sitio, sintiendo cómo el aire parecía más denso de lo normal.
Se pasó una mano por el cabello, frustrado.
- No soy un maldito imbécil, Claire. - murmuró, apenas audible.
Desde el extremo del pasillo, una figura se apoyaba con aire despreocupado contra la pared: Ralph, su amigo y agente de seguridad de toda la vida, con una manzana en la mano y una ceja arqueada lo observaba.
- ¿Problemas en el paraíso, Doc.?
Nate lo fulminó con la mirada.
- No tengo un paraíso.
- Y claramente tampoco tienes técnica.
Ralph se acercó dándole una palmadita en el hombro.
- ¿Quieres un consejo de alguien que no vive en un quirófano y no organiza su vida en cuadrantes de eficiencia?
Nate no contestó.
- Relájate. Las mujeres no son ecuaciones. No se resuelven con lógica, ni con un Excel emocional.
Nate suspiró. Giró en dirección opuesta al pasillo por el que Claire había desaparecido.
- Ella me está evitando, Ralph.
- No te está evitando. Te está castigando. ¿Qué hiciste?
- Nada.
- Exacto. Ese es el problema. La cagaste porque no te acuerdas... - se rio suave - Ese es el peor error que cometemos los hombres.
Nate lo miró confundido.
- ¿Cómo estás tan seguro?
- Tengo ex esposa...
Con una mirada comprensiva, se alejó para sentarse un una silla y comer su manzana mientras esperaba que Nate terminara su turno.