Capítulo 2

Lo Que Pasa En Berlín...

Hotel Adlon – Pasillos del ala oeste, 2:17 a. m.

La risa de Claire rebotaba contra las paredes de mármol del pasillo, desacompasada, un poco ronca y claramente fuera de lugar para la hora y el lugar. El eco la delataba, aunque ella hiciera un esfuerzo consciente por contenerla. No quería reír. Menos con él. Mucho menos por él.

Pero ahí estaba.

Media ebria o completamente ebria.

Con los tacones tambaleando en el lujoso suelo del Hotel Adlon, mientras caminaba o más bien flotaba, al lado del hombre al que solían referirse como el algoritmo humano.

Nathaniel Harrington.

El doctor Bot, como lo llamaban algunos detrás de las puertas cerradas del Mount Grace. El prodigio neuroquirúrgico. El hijo del decano. El robot brillante y sin emociones.

Siempre impecable. Siempre exacto.

Clínico incluso en el café que tomaba.

Era el tipo de persona que hacía que las luces del quirófano parecieran más cálidas que su mirada. No se equivocaba. No transpiraba. No pestañeaba.

Un maldito prodigio.

Y, aparentemente, también el tipo de persona que sabía exactamente cuánto vino debía beber una psiquiatra para hacerla reír como una universitaria en su primer viaje de estudios.

Nate caminaba a su lado, con la chaqueta en la mano, la camisa fuera del pantalón y esa sonrisa torcida que le nacía cuando se sentía completamente fuera de control… y le gustaba algo.

- ¿Entonces juras que aquel artículo sobre dopamina no era una indirecta académica hacia mi ponencia? - dijo Claire, tropezando un poco con la alfombra del pasillo mientras se apoyaba en la pared.

- Te lo juro por mi licenciatura. - respondió Nate, acercándose -Aunque admito que ahora me parece un crimen no haberlo hecho. Hubiera sido una excelente provocación.

- Eres descarado...

- Soy honesto...

La voz de Nathaniel era rasposa y algo ronca.

- No puedo creer que contaste eso. - jadeó Claire, apoyando una mano en la pared para estabilizarse, aunque en realidad no estaba segura si era por el alcohol o por la sensación de vértigo que él empezaba a provocarle.

- Estaba científicamente obligado. El estudio de 2019 sobre risas inducidas por vulnerabilidad masculina es muy concluyente.

Su voz era baja, precisa. Había en ella esa inflexión británica que hacía que incluso una ironía sonara como una disculpa elegante.

Claire giró la cabeza lentamente hacia él, entrecerrando los ojos.

- ¿Acabas de usar vulnerabilidad masculina para justificar una anécdota sobre cómo te orinaste en una piscina a los cinco años?

Nathaniel se encogió de hombros, sereno.

- El contexto importa. Tenía neumonía. Además, el cloro lo neutraliza.

Claire soltó una carcajada tan repentina que tuvo que cubrirse la boca. Sentía el calor subiendo por su cuello, un calor que no era solo del vino ni de las estufas disimuladas entre los muros del hotel. Había algo peligrosamente cómodo en estar a su lado. Algo que no encajaba con la imagen que tenía de él.

La imagen que todos tenían.

Porque si preguntabas en la sala de descanso del Mount Grace quién era Nathaniel Harrington, la respuesta era automática:

Eficiente.

Imperturbable.

Arrogante.

Perfecto.

Tan perfecto que resultaba ofensivo.

La clase de hombre que no sonreía si no era estadísticamente necesario. Que corregía a los residentes sin levantar la voz, pero con tal precisión que te hacía replantearte no sólo tu carrera si no tu existencia.

El que siempre ganaba las becas, los fondos, los reconocimientos.

Y que, por alguna razón desconocida para la lógica médica, esa noche le había coqueteado a Claire y ella le dijo que la acompañara a tomar algo después de la conferencia.

Y él, en vez de decir que no, como siempre decía, había dicho sí.

Y había reído.

Y había bebido.

Y ahora… caminaba a su lado, a través del pasillo alfombrado que conducía a las suites del último piso.

Y sabía exactamente hacia dónde iban.

No había sido planificado.

Pero tampoco era un accidente.

Claire entrecerró los ojos, con una sonrisa peligrosa.

- Eres insoportable.

- Y tú, intoxicante.

Ambos se quedaron quietos, apenas separados por un palmo. El silencio se volvió espeso, eléctrico. El tipo de silencio que no exige palabras, solo decisiones. Claire desvió la mirada hacia las puertas de las habitaciones y luego lo miró de nuevo.

- ¿Cuál es tu número?

- 2007. - respondió él, casi sin aliento.

La joven caminó, sin dudar, sin detenerse...

Nathaniel se detuvo frente a la puerta de la habitación. Metió la mano al bolsillo de su chaqueta, sacó la tarjeta y la deslizó con una naturalidad que no tenía nada de apresurada. Ni de nerviosa. La luz parpadeó en verde. Abrió.

Claire lo observó de perfil. El rostro perfecto, impasible. El tipo de rostro que una habría jurado que no se desordenaba nunca.

- ¿Seguro que esto no va a interferir con tu programación? - murmuró, alzando una ceja mientras lo miraba.

- Si te refieres a mi rutina, tengo una subcarpeta reservada para decisiones impulsivas. Sé cómo me llaman en el hospital. - respondió él sin mirarla, dejándole pasar primero.

Claire se rio de nuevo, pero esta vez fue una risa más baja. Un suspiro disfrazado.

Su tacón resonó una vez. Se volvió apenas, sin mirarlo.

- Cierra la puerta cuando entres.

Él obedeció.

Cerró la puerta detrás de ella.

El lugar era amplio, lujoso, con grandes ventanales cubiertos por cortinas pesadas que apenas dejaban filtrar las luces de Berlín. Un silencio espeso los envolvió apenas la puerta se cerró. La clase de silencio que no exige palabras, sino decisiones.

Lo que pasa en Berlín… se quedará en Berlín.

Al menos, eso se repetía Claire mientras dejaba caer su bolso sobre el sofá y lo miraba sin esa distancia clínica que tanto la había protegido.

Esa noche, no era la psiquiatra brillante. Ni la mujer invulnerable.

Era simplemente Claire.

Y él… parecía no tener intención de alejarse.

Mientras Claire se quitaba los zapatos de tacón, uno a uno. Nate no dijo nada. Solo la observaba. Como si acabara de entrar en una zona que llevaba años estudiando… pero nunca había podido tocar.

Cuando Claire se giró, él aún estaba inmóvil.

- ¿Qué esperas?

- Que me digas que no es una mala idea. - respondió, con voz baja, ronca.

- Lo es. - susurró ella - Absolutamente terrible.

Claire, caminando descalza sobre la alfombra de hilo persa. No dijo nada, más. Ni una frase irónica, ni una objeción. Pero tampoco desvió la mirada.

Nathaniel se deshizo del saco y lo dejó colgado en el respaldo del sillón, con una precisión que en otro contexto la habría hecho reír.

Excepto que esta vez, esa exactitud no tenía nada de fría. Era... expectante.

Tensa.

Cuando se acercó, Claire no retrocedió. Pero tampoco avanzó.

Solo lo miró. Directo. Como si aún dudara si cruzar esa línea sería una traición a su propio blindaje.

Entonces él alzó una mano y le rozó el rostro. Solo eso. Un roce. Ínfimo.

Pero todo su cuerpo se estremeció.

- ¿Siempre analizas tanto todo? - murmuró él, la voz más grave, más íntima.

Claire entrecerró los ojos.

- ¿Siempre eres así de... programado?

El hombre sonrió. No fue la sonrisa de cortesía que usaba en el hospital. Fue otra. Casi salvaje.

Y luego la besó.

Fue como si alguien hubiera apagado el mundo.

El beso no fue cuidadoso ni elegante. No fue el protocolo pulcro de un caballero del Upper West Side.

Fue hambre.

Furia contenida.

Deseo.

Como si Nathaniel Harrington, el cirujano de hielo, el hijo perfecto, el intocable, llevara años con un incendio debajo de la piel.

Claire jadeó contra su boca. Intentó resistirse a ese vértigo, a esa pérdida de control que tanto despreciaba.

Pero él la atrapó con las manos, la sostuvo por la cintura y la atrajo con una urgencia que no dejaba espacio para dudas.

Su cuerpo era cálido, firme, demasiado real.

Y su boca, su lengua, sus manos... eran lo opuesto a la lógica.

Nathaniel no hablaba. No explicaba.

No necesitaba hacerlo.

Sus dedos viajaron por su espalda, por sus costillas y cada toque la desarmaba. No con violencia, sino con precisión quirúrgica. Como si supiera exactamente cómo desmontarla.

Claire respondió como si la estuvieran liberando de una coraza vieja y oxidada. Se aferró a él, a su cuello, a su camisa, que le arrancó entre besos y risas entrecortadas, mientras sus piernas buscaban apoyo entre la alfombra y el deseo.

- Esto es una pésima idea. - susurró ella, contra su mandíbula.

- Lo sé. - respondió él, alzándola con facilidad para llevarla a la cama - Estoy cometiendo un error táctico. Una decisión altamente visceral.

- ¿Y eso no te da urticaria? - preguntó divertida mientras el se subía a la cama con ella.

-No. - murmuró, bajando la voz contra su oído - Me da hambre.

Claire dejó de reír. Porque no podía. Porque lo que vino después no tenía gracia, ni racionalidad. Solo tenía ese caos perfecto que jamás había admitido necesitar.

El control se volvió humo.

Las normas se disolvieron con cada prenda que caía al suelo.

Y Nathaniel, el doctor, el genio, el arrogante, no era nada de eso cuando se deshizo de las últimas barreras entre ellos.

No era método.

No era cálculo.

Era instinto, deseo puro, latido tras latido.

Su pasión no tenía simetría ni elegancia. Era cruda. Desesperada. Como si hubiera estado contenido durante años. Como si solo con Claire pudiera soltarse.

Y Claire... Claire se dejó arrastrar por ese torbellino. Por esa forma de tocarla que no pedía permiso, pero tampoco lo exigía.

La besó hasta hacerla temblar.

La sostuvo como si su piel fuera algo precioso y maldito a la vez.

Y cuando ella se arqueó bajo su cuerpo, cuando sus manos lo buscaron con la misma urgencia, supo que había cruzado un límite del que no volvería.

No era solo sexo.

Era un derrumbe compartido.

Una guerra sin testigos entre lo que eran… y lo que jamás admitirían necesitar.

Y entonces pasó.

Las bocas se buscaron con urgencia contenida, como si cada frase discutida horas antes se convirtiera en un roce, una mordida, un suspiro. Las manos fueron más rápidas que los pensamientos. Ropa deslizándose, respiraciones entrecortadas, risas nerviosas que morían en la piel del otro. Todo era torpe y al mismo tiempo preciso. Como si sus cuerpos supieran desde antes lo que sus mentes aún discutían.

Giraron sobre la cama sin elegancia ni poesía, con la intensidad de dos personas que han pasado demasiado tiempo reprimiendo. No hubo promesas. No hubo confesiones. Solo el choque brutal y hermoso de dos soledades inteligentes que, por una noche, se dieron permiso de perder el control.

Y cuando todo terminó, mucho después, con el sudor en la espalda y el pulso aún acelerado, Claire se quedó quieta, con los ojos cerrados. Nate respiraba hondo, a su lado, sin tocarla, como si supiera que aún no era momento.

Con el corazón aún golpeando como un tambor, el cuerpo sudado y la mente desarmada, Claire giró apenas el rostro hacia él.

- Dios… - murmuró Claire, medio riendo, medio aterrada - ¿Qué acabamos de hacer?

- Lo que llevamos toda la conferencia queriendo hacer. - respondió él con honestidad.

Claire lo miró.

Y vio algo que no esperaba.

Nathaniel Harrington... tenía la mirada perdida.

Como si tampoco supiera qué demonios acababa de pasar.

Y eso, extrañamente, fue lo que más la asustó.

Ella no contestó.

Y él no la presionó.

Porque ambos sabían que, por ahora, bastaba con que hubiese sucedido.

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