En ese instante, el tiempo se deshizo, se dobló sobre sí mismo. El corazón de Arya martilleaba contra sus costillas, un tambor salvaje de anticipación y anhelo que resonaba en todo su ser. Arion se inclinó, lenta, casi reverentemente, como si el momento fuera sagrado, y sus labios se encontraron. No fue un beso apresurado, sino una promesa susurrada, un reconocimiento silencioso de todo lo que habían compartido y todo lo que estaba por venir. Fue suave, sí, pero con una profundidad que la envolvió, un alivio que la hizo sentir que había encontrado su hogar después de una larga y solitaria travesía. Era el sabor de la esperanza, de la pertenencia.
A medida que la chispa de su romance florecía en una llama cálida y constante, una nueva capa de paz comenzó a asentarse sobre Rivendel. Sin embargo, Arya sabía, con una certeza que le erizaba la piel, que esta calma era solo el preludio. La magia del Corazón del Bosque, esa energía primigenia que habían despertado y nu