—Me sorprende que hayas venido. Debes ser madrugador —caminaba de un lado a otro con inquietud, escudriñando el borde del bosque que nos rodeaba—. ¿Por qué querías que nos reuniéramos aquí?
Me preocupaba más entender por qué quería que él estuviera en el claro.
—No tanto madrugador como alguien que no duerme. Estoy tratando de entender toda esta locura en la que me he metido —dijo—. Además, quería mantener nuestra cita para tomar café.
Se agachó y abrió el cierre de su mochila, sacando un termo esbelto de acero inoxidable y una pequeña taza de metal.
—¿Cita?
Un escalofrío me recorrió, pero no por el aire frío de la mañana. Su sonrisa juguetona no se desvaneció mientras servía un líquido oscuro como el alquitrán del termo y lo extendía hacia mí.
—Espresso.
—Gracias —reí, tomando la taza—. Esto es ir de excursión con mucha clase.
—Solo para ocasiones especiales —dijo.
Miré sus manos vacías.
—¿Y tú no tomarás?
—Pensé que podríamos compartir —respondió—. Te prometo que no tengo piojos.
So