Casi no dormí. Sueños caóticos me asaltaron durante la noche. A veces, las visiones me tentaban: los dedos de Ren sobre mi piel desnuda, sus labios acercándose a los míos, y esta vez no me aparté. Kieran arrastrándome a un callejón, sosteniéndome contra un edificio mientras su beso me consumía hasta que no quedaba nada más que fuego. Otras imágenes me azotaban con fuerza cruel: estaba inmovilizada en el suelo; Efron flotaba sobre mí. Luego ya no era Efron, sino un espectro. Escuché al Buscador gritar y luego los gritos se convirtieron en los míos.
Cuando llegó la mañana, me estremecí, abrumada por el agotamiento. Me escondí en mi habitación, enterrándome entre todas las almohadas y mantas que pude encontrar. Me acurruqué en mi fortaleza de algodón hasta que alguien llamó a la puerta. Miré el reloj desde debajo de las capas de calor; eran casi la una de la tarde.
—¿Sí?
Mi padre entró en la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Sus puños estaban apretados a los costados.
—No te he