Secuelas de guerra

Kentin se acercó con cuidado a la cama; yo seguía ayudándolo como podía aunque su peso corporal ya estaba empezando a cansarme. Se sentó en el borde de la cama y me miró. Yo lo imité.

—Aún no puedo creer que estés en casa —dije con lágrimas contenidas. Kentin me sonrió, la primera sonrisa que veía en él luego de todo este día tan movido.

Esperaba que dijera algo, pero simplemente se mantuvo callado; observando sus manos entrelazadas en sus dedos y jugando obsesivamente con su anillo de casado. Recordé lo que Thomas me había dicho durante la fiesta de bienvenida. «Kentin va a necesitar mucho apoyo psicológico, y sobre todo, paz y tranquilidad».

¿Cómo iba a darle paz y tranquilidad a mi esposo con mis hijos y sus problemas? ¿Con los berrinches de Catrina, los llantos de William? El único tranquilo era Dante, pero mis dos hijos mayores se peleaban todo el tiempo y no había forma de calmarlos.

—Habla conmigo —supliqué. Kentin levantó la mirada de sus manos y dirigió sus ojos a los míos.

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