Capítulo Cuatro: Infierno y Dolor

Llegó una nueva mañana en la mansión Ferrer. Cecilia se levantó temprano, se aseó y se arregló; ese era su día de descanso y, estaba contenta de visitar a su madre, después de tantos días sin verla. Se puso una camiseta blanca, con un estampado de flores, sobre ella una chaqueta de jean, color azúl, una falda y unas sandalias marrones. Se veía hermosa. Se recogió el cabello, dejándose una cola. Sí, se veía hermosa.                              Cecilia pensaba siempre en que, no conocía a nadie con su entusiasmo, su carisma, la manera en qué siempre sonríe ante cualquier situación, pero todo aquel entusiasmo y felicidad, estaban por desaparecer.

Cecilia iba caminando por la sala, en busca de Maite para despedirse y en el camino se encontró con Germán, quién no perdió la oportunidad para molestarla una vez más.

-Vaya, que hermosa te ves -Le sonrío de manera pícara y morbosa-. Esa falda te queda bien.

-No estoy para tus juegos, no me molestes -Ella lo evadió y siguió caminando.

-¿A dónde vas? -La tomó del brazo y la jaló hacia él.

-Sueltame -Le dijo con rabia, zafandose de él.

-Si que tienes carácter, Cecilia -Se cruza de brazos-. Así me gustan las mujeres -Continuaba con esa sonrisa tan molesta para Cecilia.

-Deja de molestarme, no te metas conmigo -Le dijo con energética seriedad y, el ceño fruncido.

-Ninguna mujer se me resiste y tú -Le toca la frente con su dedo índice-, no serás la excepción.

-Estás loco -Se dió vuelta y caminó directo a la cocina.

-Algún día vas a caer, Cecilia, ya verás -Germán frunció el ceño y subió escaleras arriba hacia su habitación.

Por la incómoda y molesta charla que tuvo Cecilia con Germán, no le dió tiempo de despedirse de Maite, ni de avisarle a Esteban que ya se iba a su casa. Sólo salió de la mansión y se fue.  Sólo duró 20 minutos en llegar a su casa. Al entrar, encontró a su madre en la sala, leyendo un libro. Se acercó a ella, sonriendo como siempre y la abrazo, dándole un beso en la mejilla.

-¿Cómo estás mamá?.

-Bien mi amor y ¿tú? -Estela estaba feliz de ver a su hija.

-Bien mamá, estoy contenta con mi trabajo y mis jefes son buenos -Le contestó a su madre, con una sonrisa de oreja a oreja.

-Me da mucho gusto por ti hija, estoy feliz de que te sientas bien, pero a la vez mal, porqué tuviste que dejar de estudiar para ayudarme a mi -Agachó la cabeza, sintiéndose algo triste.

-No te sientas mal, mamá. No te preocupes, ya llegará el momento en que pueda volver a estudiar -Le acaricia la mejilla y le sonríe.

-No pude haber tenido mejor hija, tú eres un regalo un de dios, mi amor -La mira con dulzura y algo de nostalgia.

-Te quiero mucho mamá -La abraza.

-Yo te quiero más, mi cielo -Le dice.

De repente, Estela sintió un fuerte dolor en el pecho y el brazo. Se quejó, le dolía mucho. Cecilia se sobresaltó, no sabía que estaba pasando, se asustó por su madre; le preguntaba que le sucedía, que sentía, pero el no poder respirar bien, le dificultaba a Estela el hablar. El dolor se intensificó más y, Estela ya no dijo nada, se había desmayado.

Cecilia entró en pánico, comenzó a gritar y a pedir ayuda. No sabía que le había sucedido a su madre, le daba pequeños golpes en la cara, para que despertara. Gritaba más, esperando que algún vecino la escuchara, pero nadie la escuchaba. El miedo y pánico que sentía era muy grande, ella no sabía que hacer, estaba aterrada y se imaginaba lo peor.

La preocupación le carcomía a Cecilia. La ansiedad la consumía por completo. Una terrible sensación de temor le nació, creando escenas negativas en su cabeza. Caminaba de un extremo del pasillo a otro, esperando noticias de su madre. Tenía miedo, muchísimo miedo, no quería perderla, ella era lo único que tenía, lo único que le quedaba.

Ya había estado mucho tiempo sentada en aquella fría silla en la sala de espera y, nada que le daban noticias. La incertidumbre estaba por enloquecerla. Seguía sentada, llorando de desesperación. Le dolían sus enrojecidos ojos de tanto llorar, sentía que la cabeza le explotaría de la terrible preocupación que tenía.                             

Los malos recuerdos de su infancia llegaron para atormentarla; los gritos y abusos de su padre hacia su madre, cada uno de los insultos y maltratos. Creció con un poco de rencor y rabia hacia Oswaldo, su padre y aunque ella sabía que no debía sentir eso, no podía. Era el único sentimiento que tenía hacia él.                                                                En ese momento, en ese pequeño instante, Cecilia se dió cuenta de que Estela, su madre, era muy importante para ella. Recordó pequeños pero maravillosos momentos junto a su madre y eran esos recuerdos los que la mantenían un poco tranquila y calmada ante tan terrible situación. Pasó más tiempo en el que Cecilia seguía sin tener ningún tipo de noticia a cerca del estado de salud de su madre. Hasta que un hombre alto, delgado, ojos negros y cabello castaño se le acercó para informarle sobre la salud de su madre. Aquel hombre era el doctor que la atendía.

-Dóctor, ¿cómo está mi madre? Le preguntó Cecilia exaltada. La preocupación la estaba matando.

-Por los momentos está estable, aunque llegó muy mal, logramos estabilizarla, pero tengo que decirte que el estado de salud de tu madre, es bastante complicado.

-¿A qué se refiere doctor? -Al escuchar eso, Cecilia se preocupó aún más.

-lamento decírtelo, pero tu mamá tiene una fuerte y avanzada afección cardíaca; creo que lleva mucho tiempo así -Él hombre suspiró-. Lo que tu mamá sufrió hoy, fue un pre infarto. Esto es sólo un aviso, Cecilia.

-No puede ser -Llevó su mano a la boca y unas cuantas lágrimas recorrieron sus mejillas-. Y, ¿que hay que hacer? -Le preguntó.

-Tu mamá lo que necesita es una operación, un transplante para ser más exactos. Su corazón está muy delicado y no va a resistir mucho; con esto no quiero decirte que a tu mamá le quede poco tiempo de vida, pero con un estricto tratamiento y la operación, tu mamá podrá estar bien, pero si hay que operarla -Sintió algo de pena y lástima por la chica, pero como médico debía decirle la verdad.

-Mi mamá no se puede morir -Sintió cómo si su corazón se quebrara y lloró.

-Lo siento mucho -Colocó su mano en el hombro de Cecilia y se fue.

Cecilia sentía como si el mundo se le viniera abajo. Sin su madre, ella ya no tenía nada, ni a nadie por lo que luchar, iba a estar sola para siempre. Pero no, ella no podía permiti que nada malo le pasara a su madre. No sabía cómo o qué, algo se le ocurriría, pero su madre no se iba a morir. Costara lo que le costara, haría hasta lo imposible por salvar a su madre. Cecilia estaba golpeada por la noticia y parada en un rincón del pasillo, vivía su dolor en silencio. Al sentirse así, se dejaba invadir por la embriagadora y torturosa sensación que produce el dolor.                           Trató de calmarse un poco, con llorar no ganaría nada. Estela no tenía a nadie más en la vida, sólo a ella, así que por su madre, Cecilia se daba fuerzas a ella misma, para así, poder ayudarla a recuperarse. Debía buscar la forma de conseguir el dinero suficiente para el tratamiento y la operación de su mamá. Algo tenía que hacer, pero su madre no se iba a morir.                                                          

Cecilia limpió sus lágrimas, suspiró y con la frente en alto y un poco más calmada salió del hospital...

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