Refriegué el cepillo de dientes con fuerza, determinada a eliminar cualquier rastro del episodio en el baño. El sabor de la pasta dental de menta —normalmente refrescante— ahora me parecía extrañamente intenso y nauseabundo, forzándome a disminuir el ritmo para no provocar una nueva ola de náusea.
Escupí en el lavabo y me enjuagué la boca repetidamente antes de echarme agua fría en la cara. En el espejo, mi reflejo parecía pálido y ligeramente abatido, pero nada que una capa extra de rubor no pudiera disimular. Lo importante era que mi vestido había escapado ileso —un milagro considerando la situación.
La puerta del cuarto se abrió y cerró de golpe, seguida de la voz familiar de Annelise.
—¿Zoey? ¿Dónde te metiste? La gente está preguntando por ti abajo.
Solté un suspiro antes de salir del baño. Anne estaba sentada al borde de la cama, jugando distraídamente con el celular. Levantó los ojos al verme, y su cara inmediatamente se transformó en una expresión de sorpresa.
—¡Dios mío,