Habían pasado exactos dos meses desde que pisé suelo londinense por primera vez, y puedo decir con toda certeza que Londres me había sorprendido de todas las formas posibles. La ciudad era una mezcla fascinante de historia y modernidad, donde castillos medievales compartían espacio con rascacielos futuristas, y donde era perfectamente normal tomar el té de las cinco mientras se discutían estrategias de marketing digital.
La oficina de Bellucci Londres quedaba en un edificio elegante en Mayfair, con vista a Hyde Park. Era más pequeña que la sede de Buenos Aires, pero tenía un encanto particular con sus muebles clásicos en caoba y sus ventanas enormes que dejaban entrar la luz dorada que caracterizaba las tardes londinenses. Cuando el sol aparecía, claro, porque en los dos meses que estaba allí ya había aprendido que la reputación de Londres sobre lluvia constante no era exageración.
—Anne, estás divagando otra vez —dijo Bianca, dándome un pequeño codazo—. ¿En qué estabas pensando?
—S