Día tres. 12:55 PM.
Valeria estaba sentada en la sala de conferencias aislada, el corazón de su laboratorio de trampas, había verificado dos veces los escáneres de red ocultos y configurado su grabadora de audio para que pareciera un simple dictáfono, su rostro era una máscara de la Doctora Serrano: atención, precisión y una falta total de empatía.
La puerta de la sala se abrió, Javier Reyes entró, acompañado por el directivo menor que Valeria había añadido a la convocatoria solo para dar credibilidad a la farsa.
Javier Reyes era, a primera vista, la imagen perfecta del éxito corporativo europeo, traje azul marino cortado a medida, cabello rubio ceniza, y una sonrisa profesional que no llegaba a sus ojos, sino que se detenía en la comisura de sus labios, era más joven que Leonardo, probablemente a principios de los cuarenta, y su energía era menos la de un depredador y más la de un perro faldero de pedigrí.
—Doctora Serrano, gracias por la urgencia, el Sr. Blake fue muy enfático en qu