Amaneza presente

POV KARINA

Habían pasado quince días. Quince días que se sintieron como una vida entera luchando en las trincheras. Mi uniforme era la misma blusa floral y un par de vaqueros desgastados. Mi trabajo no era solo darle pastillas o servirle el desayuno; mi trabajo era ser el blanco.

​Andrew era un paciente horrible. Se negaba a cooperar en las terapias, se reía sarcásticamente de mis torpes intentos de estirarle las piernas y encontraba una frase cortante para cada comentario que yo hacía.

​—¿Puedes al menos concentrarte, Kary? —me había espetado esa mañana mientras yo intentaba untarle la pomada en los tobillos inmovilizados.

​Mi trabajo, según descubrí al segundo día, consistía en hacer todo lo que nadie más en la mansión quería hacer. Lewis, el asistente, solo se encargaba del movimiento pesado. Yo era la responsable de la nutrición, el medicamento, el entretenimiento (aunque su entretenimiento favorito era gritarme) y la agotadora rehabilitación.

​Pero cada insulto que él me lanzaba era un escudo. Cada día que pasaba encerrada en esa mansión era un día que Ciro no me encontraba. La seguridad del alojamiento era el único motivo por el que mi cuerpo molido se levantaba cada mañana.

​—Andrew, tienes que estirar el músculo. Necesito que hagas el esfuerzo con los brazos para ayudarte a sentar —le dije, mientras intentaba mover sus piernas hacia el borde de la cama, un peso muerto y frustrante.

​—No voy a hacer el esfuerzo. ¿Para qué? ¿Para cansarme en vano? Como si esta crema milagrosa o tu parloteo constante fueran a devolverme la sensibilidad

.

​Su mención me recordó la única verdad: su lesión era potencialmente reversible. Su rechazo a la lucha no era solo pereza; era una negación profunda y amarga.

​—Te estás rindiendo. Tienes veinticinco años, Andrew. Deberías estar peleando por salir de esta silla.

​El silencio fue inmediato y explosivo. Había roto la regla no escrita: no hablar de su trauma, no cuestionar su negación.

​Andrew se irguió en la cama, apoyándose solo con la fuerza de sus brazos. Su mirada, llena de un odio helado, me cortó el aliento.

​—¿Te atreves a darme lecciones, Kary? Tú, la que apenas puede hilar dos frases sin entrar en pánico? ¿La que necesita alojamiento porque su vida es tan patética que ni siquiera puede mantener un techo sobre su cabeza?

​Me mordí el labio, forzándome a no responder con la verdad de mi huida.

​—Si no luchas, serás esto para siempre —respondí en voz baja, sin moverme—. Mi trabajo es hacer que luches. Si no lo hago, fallaré.

​—Ya fallaste en el momento en que entraste. Ahora, fuera. Y llámame solo cuando tengas el almuerzo listo.

​Salí de la habitación, con las manos temblando. Había sido un movimiento arriesgado, pero su crueldad no me dolía tanto como debería. El dolor real estaba fuera de esas paredes.

​Mientras bajaba la escalera, mi viejo y oculto teléfono vibró: un número desconocido. Lo abrí. Era un mensaje de texto.

​Kary: tu padre lamenta tu decisión. Ciro no. Te daremos una semana para que vuelvas y cumplas tu trato. Sino, te buscará y te encontrará.

​Mi corazón dio un vuelco. No importaba cuán seguro fuera el trabajo de Andrew; el monstruo se estaba acercando. Tenía que conseguir más dinero. Tenía que pensar en un plan más permanente.

​POV ANDREW

​Esa chica me volvía loco. Absolutamente, deliciosamente, jodidamente loco.

​En los últimos quince días, la había insultado con la creatividad de un poeta amargado. Le había gritado, le había tirado objetos y había cancelado terapias enteras solo para ver su rostro crispado de frustración.

​Y ella se quedaba. No solo se quedaba, sino que volvía.

Su persistencia era una intriga. Sobre todo, después de lo que había visto la segunda mañana.

​Me había despertado antes que ella y la había llamado para que me ayudara a ajustar la almohada. Cuando se inclinó, esa blusa de flores se deslizó de su hombro, revelando parte de su espalda. No era una simple magulladura. Eran líneas paralelas de color púrpura y marrón oscuro que se extendían bajo el cuello, claramente marcas de impacto. Algo la había golpeado con fuerza.

​Lo había desechado entonces como un problema menor. Pero ella era tan pequeña y tan ferozmente determinada a quedarse... Me preguntaba: ¿de qué diablos está huyendo la cría?

​Cuando Kary salió de la habitación, sentí un silencio opresivo que no había experimentado desde su llegada. Su irritante parloteo, sus historias sobre el campo y el aire libre, sus sermones sobre "luchar"... todo eso, aunque odioso, era una cortina de humo que me impedía pensar en el accidente, en la pérdida, y en la cirugía que mi doctor seguía sugiriendo. Ella era una distracción barata y eficaz.

​“Serás esto para siempre.”

​La frase me golpeó. Era un recordatorio de que mi negación no era invencible. Estaba a punto de hundirme de nuevo en ese pozo oscuro, cuando mi laptop emitió un pitido.

​Era un correo de Zack mi amigo. Lo abrí. Una foto: Alison y Gael, radiantes, celebrando su compromiso con una botella de champán de tres mil dólares. El fondo del correo era la invitación formal a la fiesta.

​Asunto: No olvides lo que hablamos.

​Malditos. Sabían exactamente lo que hacían enviándome esa invitación. Me estaban burlando. Gael ya estaba maniobrando para que mis abuelos lo nombraran director de la empresa.

​Deslicé la silla hacia el escritorio, el agarre de mi mano apretando los reposabrazos. Necesitaba una venganza que fuera más que un insulto. Necesitaba una mujer en mi brazo. Una esposa. Alguien que no solo demostrara que podía seguir adelante, sino que también era capaz de "dar herederos", la preocupación de los viejos.

​Mi mente vagó por las candidatas, las modelos, las herederas... y luego, mi mirada cayó en la bandeja de la medicina que Kary había dejado. Un tarro de pastillas.

​La cría. La chica con los ojos grises llenos de terror y la espalda llena de secretos. La que necesitaba desesperadamente mi alojamiento.

​Si ella se quedaba por necesidad, ¿qué tan lejos iría? Ella era un desastre, pero era lo suficientemente firme para enfrentar a mi familia, y lo suficientemente humilde para aceptar mis reglas.

​Tome mi teléfono y marque a Zack. Una decisión apresurada, pero algo me decía que aquello era la solución. Ella sería la clave para mi venganza.

​—Necesito que hagas algo de investigación. No sobre Alison, ni sobre Gael. Necesito saber todo, y quiero decir todo, sobre Karina Wilson. Sus finanzas, su familia, sus deudas. Y necesito que lo hagas antes del amanecer.

​Colgue el teléfono. La pieza de ajedrez había entrado en el tablero. No sería una niñera, sería un peón en mi juego.

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