Mundo ficciónIniciar sesiónPOV ANDREW
Eran las siete de la mañana. La oscuridad que tanto amaba seguía aferrada a mi habitación, pero mi mente estaba completamente iluminada por la luz fría que emitía la tableta sobre mi regazo. Yo estaba en la cama, pero mi mente estaba muy lejos de cualquier descanso. La tableta yacía en mi regazo, iluminando el informe final de Zack. Diez páginas de miseria, desesperación y traición. La prueba de mi estrategia. El documento era quirúrgicamente factual, desprovisto de emociones, como a mí me gustaba. Kary Wilson. 22 años. Huida. Padre, Jonathan Wilson, ludópata crónico. Deudas por $487,000 con el usurero Ciro Martínez, un nombre que apestaba a sangre y callejones oscuros. El agujero financiero era un abismo, y Kary no solo estaba en quiebra, sino en grave peligro. Cerré la tableta. La furia que sentía no era la de un hombre herido, sino la de un estratega que acababa de confirmar la debilidad total de su enemigo—o en este caso, la desesperación de su peón. La amenaza de Ciro era cruda, un panorama de depredación que me era profundamente familiar, aunque en una escala mucho menor a la de Wall Street. Mi enfoque era glacial. Esta era una oportunidad que no podía desperdiciar, una solución que mi dinero no podía comprar: Una novia dispuesta a todo. La puerta se abrió y ella entró, sin hacer ruido. La vi, una sombra agotada que arrastraba el peso de la noche. Ya no quedaba rastro de esa máscara de "inocencia" que me irritaba tanto. Su rostro estaba hundido, con ojeras pronunciadas. —¿Qué se te antoja desayunar, señor Andrew? —Su voz era plana, vacía, desprovista de la irritante vitalidad que yo odiaba y que ahora le faltaba. —Cualquier cosa —respondí, con la voz áspera. Ella asintió, recogió la bandeja sucia de la noche anterior y se dirigió a la puerta, intentando escapar del salón. —Kary —mi voz la detuvo. Ella se giró. Pude ver la lucha en sus ojos grises. El miedo era más grande que su orgullo, pero el agotamiento la hacía vulnerable. —Dime lo que necesitas. —Necesito saber de qué demonios huyes. Ella se quedó muda, su boca se abrió ligeramente antes de cerrarse de nuevo. —No sé de qué habla, señor. —Sé todo, Kary. No pierdas el tiempo. Sé sobre tu padre, sé sobre las deudas, y sé sobre Ciro Martínez. Sé que estás en quiebra y que tu vida vale menos que las fichas de póker de tu padre. Y sé que las marcas en tu espalda no son de una caída. Ella palideció. Sentí un extraño escalofrío al ver el terror puro en su rostro, un terror que reflejaba un dolor que yo podía entender, aunque en un plano físico diferente. La bandeja que sostenía se deslizó de sus dedos, estrellándose contra el mármol con un estruendo ensordecedor. —¿Cómo…? —logró susurrar ella, retrocediendo hacia la pared. Maniobré mi silla hasta estar a un metro de ella. La acorralé con mi presencia, usando la silla como una herramienta de intimidación. —Te lo preguntaré una vez más. ¿Quién te hizo esas marcas, Kary? No mientas. Ella rompió. El terror acumulado se desbordó en lágrimas silenciosas que le quemaron el rostro. —Fue un prestamista —dijo, luchando por respirar—. Mi padre me entregó como garantía de pago. Dijo que con mi cuerpo cubriría parte de la deuda. Yo me defendí. Él me... me golpeó. Si me encuentra, me matará. Por favor, ayúdame. En ese instante, sentí algo punzar. No era amor, ni deseo, sino un eco fugaz de la lástima. Yo conocía la sensación de ser traicionado por tu propia sangre, de ser dejado indefenso, de sentir un dolor que te quita la dignidad. Esa lástima se disipó tan rápido como llegó. La lástima era debilidad. Y yo no era débil. Yo era un Thorne. Sentí la absoluta convicción de que ella era la herramienta que necesitaba. Ella era la solución a mi problema de venganza. —Te ofrezco un trato —le dije. Ella dejó de llorar y me miró con una esperanza salvaje. El pánico se había transformado en una voluntad desesperada de aferrarse a la vida. —Aquí está el trato. Yo te doy protección absoluta. Te sacaré de esta casa, te ocultaré bajo mi apellido. Usaremos mi dinero para extinguir la deuda de ese hombre, y me aseguraré de que tu padre no vuelva a acercarse a ti. Kary asintió frenéticamente. —A cambio —continué, con la mirada fija en su rostro—, harás lo que yo te diga, te vestirás como yo te diga y te presentarás como mi prometida. Serás mi esposa por contrato, por el tiempo que yo decida, mi escudo y mi compañía. Ella se quedó en silencio, analizando la cruda transacción. La vida por la humillación. El miedo por la servidumbre. —Acepto la protección —dijo ella, con la voz temblorosa pero firme—. Pero necesito saber: ¿por qué yo? ¿Qué ganas con casarte conmigo? Su pregunta fue directa. Me obligaba a revelar la pieza clave de mi plan. —Gano el control —le dije, mi voz se endureció al nombrar a los traidores—. Mi primo, Gael, está conspirando con mi ex, Alison, para robarme la presidencia de la empresa. Usan mi condición como excusa. Si yo me caso, si demuestro que soy capaz de seguir adelante y asegurar el futuro de mi linaje... ellos pierden. Necesito una esposa que pueda humillarlos en público. Y tú eres lo suficientemente desesperada como para hacer ese trabajo. Kary asimiló la crueldad de mi confesión. Su rostro se volvió una máscara de decisión. —Acepto —dijo, sellando su destino. —Bien. El trato está cerrado —Me recliné, sintiendo el poder del control total—. Pero hay una condición. Desde este momento, no eres Kary Wilson, la empleada. Eres mi prometida. Y vas a aprender a comportarte como tal. Ahora, sal de aquí y llama a Lewis. Quiero que preparemos la habitación y sivre todo tu nuevo guardarropa. El matrimonio por conveniencia había comenzado. Mi vida como Andrew Thorne, el ogro, acababa de adquirir un arma perfecta. La lástima no me salvaría, pero la venganza sí. El juego estaba en marcha.






