Tres

Bésame y te besaré.

Tócame y no sabrás lo que te hicieron mis manos.

Sebastián

Su piel se siente ardiente entre mis manos. Me besa con desesperación y con algo de torpeza. Quizás porque está ebria, debería dejarla en paz. No quisiera aprovecharme de su estado, además detesto que las mujeres con las que tengo sexo, no recuerden cuanto lo disfrutaron al día siguiente. Pero algo en su forma de mover las manos sobre mi cuerpo me atrae, me mantiene adherido a su lengua.

Encierro sus muñecas en una de mis manos, sujetándolas por detrás de su espalda, para evitar que se mueva. Es hora de tomar el control y de llevar su cuerpo hasta el límite máximo de su lujuria. Con un movimiento ágil, me saco la corbata y se la paso por la cabeza, apretando el nudo cuando le cae en el cuello.

La guio hasta el sofá circular dentro de la sala y cuando la luz tenue impacta sobre su piel, me quedo de piedra por segunda vez en una noche. Es ella. Le aparto el pelo de la cara sin poder creer lo que ven mis ojos. Se deja caer sobre el sofá con una risa traviesa flotando en sus labios, recarga la cabeza hacia atrás al tiempo que me llama arrastrando las palabras para que continuemos.

—Esta es mi única noche de libertad, cariño, ya mañana seré la esposa de un maldito idiota y mi vida será una miseria calculada por él. —Abro los ojos de par en par por sus palabras.

Supongo que no le cayó para nada bien la idea de nuestra boda. Eso me parece excelente, de hecho, saberlo hará que las cosas sean mucho más sencillas entre los dos. Aunque ya no puedo acostarme con ella, no quiero tener sexo con mi futura esposa ni ahora ni nunca.

—Cuéntame más sobre ese prometido tuyo —pido acercándome a ella para besarle el cuello, quiero sacarle toda la información que pueda, sin embargo, de su garganta lo único que brota es un sonido bajo y agudo.

¿Está roncando?

Se quedó dormida. Una mocosa sin ningún control en su vida tenía que ser, bufo para liberar la tensión que siento en mi interior mientras pienso en lo que debo hacer, las ganas de follarla son intensas, pero… hay muchos peros entre ella y yo. ¿En qué maldito lío me metió mi abuelo? Me paso la mano por la frente como si eso me pudiese ayudar a mantener la calma.

Este compromiso. Esta boda es un error. Es imposible que mi vida perfectamente organizada se vea turbada por la presencia de una chiquilla insignificante e inmadura. No la puedo dejar tirada aquí, eso es un hecho, no es que me importe mucho, pero después de todo será mi esposa, y su integridad es mi reputación desde ahora.

Saco el teléfono y le marco a mi amigo, el dueño del club, para que me ayude a sacarla sin que las personas nos vean. No quiero que me acusen de secuestrarla. Cuelgo la llamada y me acomodo la ropa en lo que espero que llegue, también le cubro el rostro con su propia chaqueta para que nadie la reconozca. Cuando Marcos entra, me hace una seña para que lo siga, tomo a la señorita Van Der Beek en brazos y sigo a mi amigo hacia la salida de emergencia. Un empleado nos espera en la calle con mi auto, se aparta cuando me acerco y agacha la mirada. Subo a mi prometida y le coloco el cinturón de seguridad.

—¿Estás seguro de que quieres hacerte cargo de la señorita? —pregunta Marcos tratando de ver su rostro.

—Esto nunca sucedió, creo que no tengo que decírtelo, ¿cierto? —Cierro la puerta del auto de golpe.

—Mientras lo que hagas con la dama no me perjudique, puedes contar con que esto no se sabrá, al menos no por mí —asegura.

—Solo la dejaré en un lugar seguro, no pienso acostarme con ella, no en las condiciones en las que se encuentra —aclaro.

Asiente con la mirada ensombrecida y se da la vuelta. Subo al auto y parto a toda prisa. No puedo llevarla a su casa ni a la mía. Decido conducir hasta un hotel, es la mejor opción, aunque debo pensar en cómo haré para meterla sin levantar sospechas, está completamente noqueada.

Me detengo cuando la luz del semáforo se pone en rojo y aprovecho para hacer una llamada.

—Sebastián —contestan al otro lado de la línea.

—Necesito que me ayudes con algo —digo antes de saludar.

—No soy bueno para cavar hoyos —farfulla y puedo sentir la risa burlona que se forma en su rostro—. Quedas advertido, si nos descubren eres el único responsable —añade en el mismo tono.

—No seas imbécil —gruño—, estoy llegando a uno de tus hoteles, necesito meter a una mujer sin que nadie nos vea, sobre todo a ella —explico sin dar muchos detalles.

—¿Y se puede saber quién es la señorita? —inquiere petulante.

—¿Puedes o no ayudarme? —resopla.

—Está bien —dice al fin—, ¿En cuál estás?

—En el del centro —murmuro a sabiendas de que no es nada fácil entrar a ese hotel sin que nadie se dé cuenta.

Como el mismo lo ha dicho miles de veces, es un hotel para celebridades.

—¿Por qué no mejor te fuiste de una a la BBC? —inquiere alterándose—, quizás en ese lugar, te habría ayudado a ser un poco más discreto, imbécil. —Su voz resuena estridente a través del alta voz, pero aun así, no es suficiente para que la bella durmiente se despierte.

—Este era el que más cerca estaba —señalo. Bien pude haber conducido un poco más, pero eso sería arriesgarme a encontrarme con una patrulla y que esta situación se vuelva una confusión que mañana aparezca en los principales titulares de la prensa.

—Bien, ve al estacionamiento subterráneo, tienes que ir hasta los últimos puestos, verás un Maserati negro y uno blanco, esos son míos. —Escucho atento sus indicaciones y pongo los ojos en blanco cuando de nuevo alza la voz al enterarse de que la señorita está inconsciente—. En fin, ya tienes el código de acceso para el ascensor que te llevara hasta mi suite privada. Por favor, no vayas a dejarla hecha un cochinero, ese lugar es un recinto sagrado en donde solo han entrado las mujeres más exclusivas de todo el país. —De nuevo ruedo los ojos.

—Ocúpate de que nadie se acerque a la suite. Ella estará sola y se irá mañana a la hora que sea que despierte y no te preocupes por el dinero, te pagaré con intereses —informo estando ya estacionado al lado de ambos autos.

—O sea, ¿no te quedarás a pasar la noche con la señorita? Haces toda esta movilización para mantener en secreto la identidad de la dama, pero no vas a pasar la noche cogiendo con ella —inquiere con intriga, pero no necesita saber más de lo que ya le he dicho.

—Así es. No voy a pasar la noche con ella y tienes prohibido averiguar de quién se trata. Sabes de lo que soy capaz —advierto en tono amenazante.

—Como digas, pero me parece una estupidez y una pérdida de recursos —insiste.

Cuelgo sin responderle. Bajo del auto y voy al ascensor. Abro las puertas y regreso por la señorita Van Der Beek, al entrar, marco el código en la pantalla táctil. Las puertas se cierran y el ascensor cobra vida. Cuando las hojas metálicas se separan estamos dentro de una lujosa suite, paredes blancas, cristal y metal se esparcen por todas partes. En el salón, una muy peluda y para nada de mi gusto, alfombra en uno de los tantos tonos del blanco, hace que los sofás en cuero negro resalten como adorno principal en la estancia.

Llevo a mi futura esposa a la habitación decorada con la misma pompa y la dejo en la cama. Me resulta asfixiante y tentador tenerla sobre esta cama, bien podría despertarla y disfrutar de su desinhibición, pero lucho contra el deseo y me mantengo dentro de los límites de la razón. Salgo de la habitación, de la suite y corro hacia mi auto. Lo enciendo y conduzco sin mirar atrás. Conduzco ignorando las ganas de volver para despertarla y hacer que se trague mi polla por completo.

Es lo que quiero desde que vi sus carnosos labios, follarme esa deliciosa boca.

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