Control
Amelia
Llevo días evadiendo a mi mamá, conozco bien el tema del que quiere que hablemos. No importa cuando dominio tenga sobre mí misma, sé que no podré decirle que no a su petición, y no estoy lista para perder el control de mi vida. Necesito pensar en algo, encontrar una salida. No estoy lista para el matrimonio. De verdad creía que esto solo pasaba en los libros, pero no, aquí estoy yo, huyendo de la presencia no solo de mi madre, sino de mi padre también, para evitar continuar con la misma discusión.
Debería de estar a su lado. Su corazón no ha estado bien, cada día está más débil, pero estoy segura de que utilizara su enfermedad para comprometerme. ¿Cómo demonios se supone que voy a aceptar un matrimonio con un hombre que ni siquiera conozco? Es demente y deprimente esta situación.
Me acomodo de lado y cierro los ojos cuando la puerta de mi cuarto se abre sin permiso. Contengo la respiración y trato de callar mis propios pensamientos por miedo a que me delaten.
—Lía, princesa, sé que no estás dormida. —La voz de mi padre es suave, mediadora.
Mi madre lo envió para convencerme.
Ella y yo tenemos el mismo carácter, al menos eso es lo que dice todo el mundo y es por eso que por lo general chocamos. Ella está convencida de que este matrimonio es lo más conveniente para mí ahora que tomaré las riendas de la empresa, sin embargo, yo dudo que eso sea cierto. No quiero estar a la sombra de ningún imbécil, nadie conoce mejor nuestro negocio que yo.
—Lía, por favor —insiste llamándome por ese apodo que siempre he amado y que para mí representa todo su amor.
Suspiro ruidosamente y me giro en la cama. Sus ojos verdes conectan con los míos. Me sonríe con calidez al tiempo que se sienta al borde de la cama, me acomodo para acurrucar la cabeza en su regazo y disfrutar de las suaves caricias con las que suele comprar mi conciencia.
Definitivamente, soy su princesa y sabe cómo manipularme. Mi padre es la mejor arma de mi adorada mamá. Claro que la amo, adoro a mi madre, pero con mi padre todo es tan distinto, tan diferente. Aunque claro, ahora que soy una mujer entiendo perfectamente a mi madre, ella solo quería hacerme una mujer fuerte, inteligente y capaz. Hasta ese punto todo está perfecto, ¿por qué ahora quiere atarme a un desconocido?, ¿qué cambió?
—Sé que no lo entiendes ahora, pero tu madre tiene sus motivos para querer esta unión para ti. —Pongo los ojos en blanco—. No se trata solo del beneficio económico o del enlace de dos familias poderosas, se trata de ti y de tu prometido…
—No es mi prometido aún —increpo—, no he aceptado casarme con él todavía —afirmo, pero mi padre aprieta los labios formando una sonrisa tensa al tiempo que niega con la cabeza.
No puede ser. Me levanto en cámara lenta, sintiendo el escozor de las lágrimas en los ojos.
—Tu boda con Sebastián Falcó, es un hecho. —Mi corazón se detiene al darme cuenta de que no tengo ninguna otra opción más que ponerme el vestido blanco.
Todo lo que daba por sentado se va a la m****a. Soñaba con demostrarle al mundo que una mujer puede ser fuerte y poderosa, que puede manejar con inteligencia y pulcritud el mundo de los negocios, pero ahora me toca estar parada de pie detrás de un imbécil que seguramente se cree dios, mientras maneja mi vida a su antojo.
Me niego a aceptar que ese sea mi maldito futuro.
—No los entiendo, ni a ti, ni a mamá —susurro sintiendo como la rabia me atenaza la garganta—, me llenaron la cabeza de ideas y sueños, y ahora solo me tiran a la m****a atada a un maldito imbécil que de seguro se va a creer mi dueño. —Mastico cada palabra con rencor, tratando de controlar la ira que brota a borbotones en mi pecho.
Ahogo los gritos. Me trago el exabrupto con el que quiero pronunciar miles de improperios, porque soy una mujer controlada. Una mujer, que sabe cómo dominar sus emociones aunque su mundo se esté convirtiendo en la peor de las porquerías.
—Es mejor que cuides tu lenguaje, Amelia. —Los engranajes de mi cuello crujen cuando giro la cabeza y veo a mi madre en su silla de ruedas justo en el umbral de la puerta—. Mañana a las ocho de la noche, Sebastián Falcó pasará por ti —informa con voz débil—, irán a cenar, necesitan conocerse antes de ir al altar —añade con la vista fija en mí.
A pesar de nuestros constantes choques, adoro a mi madre y agradezco todas sus enseñanzas, pero justo ahora no soy capaz ni siquiera de sostenerle la mirada. No quiero odiarla, ni demostrarle algún sentimiento erróneo. No cuando está tan enferma.
—De acuerdo, acepto la decisión de ambos —declaro con voz controlada—, pero esta noche es mía y no me esperen a dormir. —Salgo de la cama ignorando todo lo que dicen, me calzo los tacones que había dejado tirados en el sofá y tomo mi bolso—. Al salir el sol, seré lo que ustedes desean, la prometida de Sebastián Falcó. —Salgo de la habitación pasando a un lado de mi madre y dejando el llamado de mi padre muy atrás, corro escaleras abajo, salgo de la casa y subo a mi auto.
Toda mi vida he cuidado mis pasos, mis acciones y mis palabras. Jamás me he permitido disfrutar de la juventud del mismo modo en el que lo han hecho mis amigas, porque yo, según mi madre, debía ser mejor, debía construir una imagen sin manchas, sin pasados vergonzosos. La única vez que me permití disfrutar, ella apareció, tan dura e imponente, solo bastó una mirada para que entendiera que me estaba saliendo de la línea.
Pero ya no podía hacer nada, las imágenes ya estaban circulando en las redes, y aunque no lo dijo en voz alta, sé que la decepcione ese día. Desde entonces, me centré en mi carrera, empecé a ir a la empresa, a asistir a las reuniones, a tomar decisiones, a tener presencia. ¿Y todo para qué? Para terminar como la esposa de alguien.
Llego a un club nocturno, entro y enseguida voy a la barra. Pido bebida tras bebida, mientras la música se empieza a mezclar con el alcohol en mis venas. Sin darme cuenta, llego a la pista, mi cuerpo se sacude al ritmo de la melodía, tomo el contenido del vaso que sostengo en mi mano antes de dejarlo en la bandeja del mesero que pasa cerca de mí.
Mi cuerpo vibra. Los pulmones me arden. Mi primera borrachera, mi primera noche loca y mi última noche de… no, es mi primera y última noche de verdadera libertad. Toda mi vida ha sido controlada por mi madre, siempre he hecho lo que ella ha querido: Ballet, equitación, natación, violín, economía y ahora hasta me eligió a un esposo.
De pronto mi espalda da contra un cuerpo, me giro y me encuentro con un hombre muy atractivo tratando de pasar sobre la ola de bailarines. Sin pensar, me aferro a él, muevo mi cuerpo con sensualidad sobre el suyo, incito sus manos a tocarme. Mi piel hormiguea y me siento viva. Siento su respiración caliente mezclarse con la mía tiro de él con más fuerza para pegarlo mucho más a mí, si es que eso es posible.
No obstante, su mano se cierra en una de mis muñecas y sin darme tiempo a procesar o a entender, me jala, guiándome hacia los reservados. Las salas VIP. Entramos a una, la puerta se cierra al tiempo que mi espalda da contra la superficie y nuestras bocas se conocen.