CAPÍTULO 110: DONDE NO LLEGA EL GRITO
Maddison
Todo está oscuro. No sé si tengo los ojos cerrados o si realmente no hay ni una rendija de luz en este lugar. Intento moverme, pero las muñecas me arden, apretadas por algo áspero y frío. No sé dónde estoy. No sé cuánto tiempo ha pasado. Solo sé que hay tierra bajo mi espalda, que el aire huele a humedad rancia y que algo gotea cerca de mí, un sonido constante, como un reloj que marca el fin.
Parpadeo. Apenas distingo los bordes de una ventana cubierta con tablas viejas. Hay moho en las paredes, telarañas en el techo, y mis pies también están atados. Quiero gritar, pero solo sale un susurro herido. Me duele la cabeza y la sien izquierda late como si me hubieran golpeado fuerte.
—¿Hola? —murmuro—. ¿Hay alguien ahí?
Silencio.
Trato de arrastrarme, me muevo apenas unos centímetros antes de escuchar pasos firmes y pesados que se acercan. Me congelo mientras la puerta se abre y el contraluz me impide ver más que una figura alta, cubierta con u