Andrew
No me gustan los lugares demasiado lujosos, esos que huelen a privilegio mal disimulado y donde la gente se ríe con la boca, pero no con los ojos. Y sin embargo, aquí estoy, en uno de los clubes privados más exclusivos de la ciudad, sentado frente a una copa de whisky que no pedí, esperando a un hombre que ni siquiera debería seguir llamando “padre”.
Gregory Beaumont siempre elige lugares así cuando quiere hablar de cosas sucias. Le gusta la contradicción, ese aire elegante que cubre los tratos turbios que maneja en la sombra. La última vez que me citó aquí fue para recordarme que soy una extensión de sus planes, no su prioridad. Esta vez no sé qué espera, pero me presenté igual. Supongo que aún me queda un rastro estúpido de esperanza. O quizás sea solo costumbre de querer pertenecer.
La puerta se abre puntual, como todo en su mundo. Gregory entra con ese paso medido, con la mirada fría que te corta por dentro. Se sienta sin saludar y sin rodeos, solo me mira con un dejo de de