51. Fuegos
Greta no supo los detalles de los planes de los hombres, porque estos se encerraron por varias horas en la oficina de Lucio, esa que antes usaba el Conde Dash de Northwood. Lo que no desaprovechó fueron las miradas intensas y lascivas que le propinó el bandido en jefe y que iban acompañadas de una invitación implícita a calentarle el lecho.
La mujer fingió desinterés, pero en realidad evaluaba con rapidez la situación. A Lucio podía amarlo, desearlo o soportarlo, dependía del día, pero lo que más ansiaba era afianzarse. Y si esa guarida de lobos le daba nuevas cartas, no dudaba en jugarlas. Que el líder de esos hombres la mirara como un trofeo no le disgustaba.
Cuando por fin los hombres salieron, ya el sol se había puesto y la oscuridad reinaba. Lucio lucía cansado y se despidió para ir a su recámara lo más pronto posible. No necesitaba ser atento con sus peones contratados, ya sabían lo que debían hacer y se quedarían en un campamento improvisado en el bosque junto a la propiedad.
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