Carmen se quedó atónita ante la pila de libros que tenía delante, libros llenos de información sobre el embarazo, las madres y los bebés. Bastian y Verella le habían pedido que los leyera todos. Para que más adelante, cuando estuviera embarazada, no se sorprendiera por los cambios físicos y psicológicos que experimentaría.
«Pechos más grandes, náuseas matutinas, fatiga y cambios de humor», murmuró Carmen mientras hojeaba las páginas una por una.
—Carmen, ¿estás dormida?
—¿Señora Mendoza?
—Sí, soy yo.
Carmen salió de debajo de las cobijas y se dirigió a la puerta, que abrió para Verella.
—Me gustaría continuar nuestra conversación pendiente sobre nuestro acuerdo.
—Por favor, pase, señora...
Verella sonrió levemente y se sentó en una de las sillas de la habitación de Carmen.
—Sé que no será fácil para ti, Carmen. Pero solo quiero asegurarte que estoy dispuesta a escucharte si alguna vez necesitas a alguien que te escuche. —Verella tomó la mano de Carmen y la apretó suavemente—.
«No sé m