Cindy vino hacia mí, preparada para atacarme. Pero Héctor fue rápido y me quitó de su regazo, colocándome detrás de él, con su cuerpo frente al mío, para protegerme.
- Perra ridícula. - Ella gritó.
Héctor la tomó de las muñecas y dijo, entre dientes:
- Discúlpate ahora por lo que dijiste.
- ¿YO? Ni muerta.
- ¡Ahora! – gritó – Ella es mi esposa y nadie la tratará así, ¿entiendes? Mucho menos dentro de “mi” Babilonia.
- Tú mismo la trataste peor, Thor. – se burló ella.
- No la conocía. Pide perdón, o destruiré tu fama y fortuna. Y no estoy mintiendo, Cindy.
Ella lo miró y se puso seria. Tal vez temía que él realmente mantuviera su promesa.
- Lo siento - me miró - por llamarte perra y ridícula.
Me giré para mirarla:
- Lo siento, puse el laxante en tu bebida.
- De verdad... Lo siento - me miró - Porque la llamé perra ridícula, pero pensé en muchas otras cosas, como puta de granja, prostituta de motel barato, escaladora social...
- Lo siento, desde el fondo de mi corazón. Porque pude haber