Mariel se sumió en la confusión. Héctor le había dicho que su verdadero nombre era Mariel, que ella era una princesa. ¿Entonces esta mujer… era su madre? No podía ser. Ella recordaba claramente haber tenido una madre, una campesina sencilla que había muerto muchos años atrás. Esta mujer no solo no la reconocía, sino que quería verla encarcelada. Mariel quería defenderse, pero su mente entrenada como esclava le decía que cualquier intento de justificar un intento de robo podría significar su ejecución. Comenzó el escándalo.
Héctor, que llevaba rato buscándola tras notar su desaparición, encontró a André. Le explicó rápidamente que Mariel había desaparecido sin que él lo notara. En ese momento, ambos escucharon los gritos que provenían de la habitación que la reina había preparado para su hija perdida.
Corrieron hacia allá de inmediato.
Al llegar, comprendieron rápidamente lo que había pasado. André vio a su madre, alterada, señalando a Mariel, mientras la joven permanecía agachada, paralizada por el miedo. Era evidente que la corona la había llamado de algún modo.
— Madre, por favor, cálmate — dijo André, intentando suavizar la situación.
— ¡Esta vagabunda quiso robar la corona de tu hermana! ¡Manchó este lugar sagrado! — gritó Elora, sin contener su indignación.
— Ella no… — André intentaba explicarse, pero no sabía cómo abordar la verdad — Héctor, por favor, llévatela de aquí —
— ¿Tú la conoces? — preguntó la reina, visiblemente confundida.
— Sí, madre. Es… es una amiga muy importante. Ven, te lo explicaré todo —
Héctor tomó a Mariel del brazo con suavidad y la condujo hacia una de las habitaciones más alejadas del ala este. André necesitaba tiempo para hablar con su madre a solas y tratar de calmarla.
Una vez allí, le ordenó a Mariel que no se moviera, y fue a buscar al personal de servicio.
André explicó a su madre que Mariel venía de otro reino y que deseaba ayudarla. La reina, aún molesta, insistió en que no quería verla dentro del castillo y que debía ser expulsada cuanto antes. André sabía que esa actitud se debía al impacto inicial, y confiaba en que, una vez que su madre viera el rostro de su hija limpia y arreglada, todo cambiaría.
Decidido, fue en busca de Héctor y lo encontró dirigiéndose hacia el ala este con la señora Graus, el ama de llaves, y dos mucamas.
— Héctor, ¿qué ha pasado con ella? —
— Está en una habitación del ala este. La señora Graus me ayudará a prepararle un baño y a proporcionarle ropa adecuada —
— Perfecto. Ven conmigo, tenemos que hablar — dijo André, y ambos se retiraron, dejando a Graus y las mucamas encargadas de Mariel.
Cuando las mucamas entraron en la habitación, quedaron sorprendidas por la apariencia de la joven.
Su cabello, reseco y enmarañado, parecía ramas secas. Su piel, naturalmente blanca, estaba tan sucia que ocultaba su verdadero tono y las numerosas cicatrices que la cubrían. Su rostro tenía una capa de mugre que tapaba por completo sus finos rasgos. Mantenía la cabeza baja y el cabello caía sobre su rostro, ocultándolo casi por completo.
La señora Graus, con gesto firme pero compasivo, ordenó traer baldes de agua caliente. Había mucho por hacer para devolverle a esa joven un poco de dignidad.
Mientras regresaban con los baldes de agua, las mucamas se cruzaron con la reina Elora, quien al verlas las detuvo — ¿Esos baldes son para la habitación del príncipe André? — preguntó con frialdad.
Una de las jóvenes, sin sospechar la reacción que provocaría, respondió — No, mi señora. Son para la chica nueva… la que está en la habitación del ala este —
El rostro de la reina se tensó de inmediato. Su voz se alzó con furia contenida — ¿¡Qué!? Esa pordiosera no va a dejar toda su suciedad en mi castillo. ¡Llévenla fuera! ¡A las caballerizas o, mejor aún, al chiquero! No quiero que esa mujer vuelva a pisar los pasillos del palacio —
Sin más opción, las mucamas comunicaron las órdenes al ama de llaves. Pero la reina no se conformó con eso. Caminó con paso firme hacia la habitación. Al entrar, notó huellas de lodo en el piso, lo que desató aún más su enojo — ¡Sáquenla de aquí! ¡A los chiqueros con ella! — gritó — ¡Es con los cerdos donde debe estar! ¡Que su mugre quede allá y limpien este lugar a fondo! ¡Revisen que no falte absolutamente nada! —
Tras su estallido, se retiró a buscar al rey, aún profundamente alterada.
Mariel se sentía angustiada. Creía haber causado problemas a Héctor y André apenas llegar al castillo. No entendía qué había hecho mal, pero sabía que esa mujer era poderosa, una reina. Tenía miedo.
Al llegar al chiquero, fue empujada sin contemplaciones por el ama de llaves.
— Ahí tienes un balde. Lávate — ordenó con dureza.
Confundida, Mariel dudó por un momento. Pero recordó que Héctor le había dicho que debía obedecer a quienes llegaran a ayudarla a asearse, así que obedeció. Comenzó a lavarse con el agua helada del balde.
La noche era gélida y oscura, apenas iluminada por un par de velas que las mucamas sostenían. La nieve caía con suavidad, haciendo que el agua pareciera cubos de hielo. El frío entumecía los movimientos de Mariel, que temblaba visiblemente.
La ama de llaves, impaciente, comenzó a molestarse — ¡Apresúrate! No estaré aquí toda la noche esperando que termines. Si no fuera porque Lord Héctor me lo pidió como un favor especial, ya te habría dejado aquí sola —
Dentro del castillo, André y Héctor conversaban con preocupación.
— Mi madre le ha tomado un fuerte desprecio a Mariel desde el incidente con la corona — dijo André, visiblemente afectado.
— Esa habitación se convirtió en un santuario para la reina — respondió Héctor — Pasó años preparándola para el regreso de su hija. A cualquiera que entre sin permiso lo envían a prisión. Me sorprende que no hiciera lo mismo con Mariel —
— Ya había dado la orden… pero llegamos justo a tiempo para evitarlo — admitió André con un profundo suspiro — No quiero que las cosas entre ellas comiencen así. Mi madre ha sufrido mucho por mi hermana, y se siente muy culpable. Mariel, por su parte, necesita el amor de una familia —
— André… debiste decirle la verdad en ese momento. Si lo hubieras hecho, tal vez la reina habría reaccionado de otra forma —
— Lo sé, pero no podía dejar que viera a Mariel en ese estado. Si lo hacía, la culpa la destrozaría aún más —
— Una vez que ambas se conozcan realmente, las cosas mejorarán. Ya verás — dijo Héctor con una nota de esperanza.
Ambos se dirigieron de nuevo a la habitación donde habían dejado a Mariel, pero solo encontraron a las mucamas limpiando.
— ¿Dónde está ella? — preguntó Héctor con voz urgente.
— La reina ordenó que la llevaran afuera, mi Lord — respondió una de las jóvenes, bajando la mirada.
Ambos sintieron un nudo en el estómago. La mucama les explicó lo ocurrido, y los dos salieron corriendo en busca de Mariel.
Cuando llegaron, se encontraron con una escena que les llenó de rabia y dolor.
Mariel estaba completamente desnuda dentro del chiquero, temblando de frío. Su piel, aún más pálida que antes, tenía un tinte violáceo. El ama de llaves la vigilaba mientras daba órdenes a las mucamas para que le arrojaran más agua helada.
Héctor y André, paralizados por un instante, se llenaron de furia al ver semejante crueldad.
Héctor y André llegaron rápidamente hasta el chiquero. Héctor, sin perder tiempo, se quitó el abrigo y envolvió a Mariel con cuidado. Luego la alzó en sus brazos.
— André, está helada — dijo con urgencia, y sin esperar respuesta, corrió hacia el castillo.
El ama de llaves trató de interponerse — ¡Mi Lord! La reina ordenó que esa chica no debía entrar... —
Pero André ya había perdido la paciencia — Si algo malo le ocurre a ella, tu cabeza rodará por la plaza — rugió con una furia aterradora.
— P-pero mi señor... —
— Te juro que si la tocas otra vez, te arrastraré yo mismo hasta las mazmorras y te arrancaré esa cara horrible para no volver a verte nunca más — gruñó André. Pocas veces alguien había visto al príncipe perder el control. Era conocido por su dulzura y temple, pero en ese instante, inspiraba auténtico terror.
André siguió a toda prisa a Héctor. Cuando entró en la habitación, lo encontró colocando cuidadosamente a Mariel en la cama.
— ¿Cómo está? — preguntó, ansioso.
— Muy fría, espero que su temperatura suba poco a poco — respondió Héctor, preocupado.
— Quédate con ella. Voy a enviar a uno de los peones para que te ayude en lo que necesites, pero no te separes de su lado. En este momento, solo confío en ti para cuidarla —
— Claro. ¿Qué harás tú? — Héctor notó la rabia contenida en el rostro de su amigo.
— Voy a hablar con mi madre. Necesito entender qué está pasando por su cabeza. Ella no es así —
— Ten cuidado, André. No empeores las cosas —
André llegó a los aposentos reales. La reina Elora ya conversaba con el rey Alfonce sobre lo sucedido.
— No sé de dónde trajo esa chica, pero no me agrada — decía ella, visiblemente molesta.
El rey Alfonce, sereno como siempre, intentaba calmarla — Tranquila. Deja que André te explique quién es —
Justo entonces, André entró en la habitación — Madre, ¿por qué pediste que sacaran a...? — estuvo a punto de revelar la identidad de Mariel, pero se contuvo
— Esa muchacha no debe estar en este palacio, André. ¿Por qué insistes en mantenerla aquí? —
— Es muy especial para mí, eso es todo lo que puedo decirte por ahora. Solo te pido que la trates con respeto —
— ¿Estás enamorado de esa mujer? — preguntó la reina, horrorizada.
— ¿Qué? No. No es eso. Solo es alguien importante... Muy importante —
— No me importa. No me gusta y no permitiré que se quede —
Sabía que cambiar la opinión de su madre sería casi imposible. A regañadientes, André aceptó que Mariel no podía vivir allí… al menos no por ahora.