André frunció el ceño — ¿De qué estás hablando? —
— Acaba de comer — dijo Héctor.
— ¡Eso es una buena noticia! No entiendo cuál es el problema —
Héctor lo miró a los ojos, serio — Tuve que ordenárselo como si fuera su amo. Creo que… desde que se hizo el trato en el recinto, ella asumió que estaba siendo vendida y que debía seguir obedeciendo. Es la primera vez que logra comer con sus propias manos. Pero me rompe el alma pensar que me ve como su dueño —
André no respondió de inmediato. Lo entendía. Héctor había vivido un infierno durante su infiltración. Y aunque nadie más que él podía haberlo hecho, eso no quitaba el peso de lo que tuvo que soportar.
Él siempre había sido un hombre de corazón noble. Jamás habría tocado a una mujer con violencia. Pero por salvar a una… se había ensuciado las manos con la culpa de cientos.
André podía ver en el rostro de su amigo la preocupación profunda que lo consumía. Héctor estaba verdaderamente consternado por la situación, y él mismo también se sentía afectado al pensar que su hermana seguía mentalmente programada para obedecer como una esclava.
— Ya veo… ¿Crees que podamos ayudarla a cambiar? — preguntó André en voz baja.
Habían pasado casi una semana intentando mostrarle que ya no estaba en peligro, que era libre… pero parecía que nada surtía efecto.
— No lo sé — respondió Héctor, pensativo — Al principio habría dicho que no… pero cuando los piratas nos atacaron, ella demostró una fuerza que nunca imaginé —
— Tienes razón. Jamás pensé que fuera capaz de invocar al Kraken. Ni siquiera los magos más experimentados de nuestro reino han logrado algo así. Y la forma en que esa criatura la trató… —
— Lo sé — asintió Héctor — Fue impresionante —
André frunció el ceño, luego chasqueó los dedos como si una idea acabara de surgirle — Ven conmigo. Creo que tengo una idea para que nos escuche… y quizá, para que pueda empezar a comunicarse —
Ambos fueron hasta el camarote donde Mariel ya había terminado su comida. Al verlos entrar, bajó la mirada al suelo y se sentó en silencio, esperando instrucciones. Era su respuesta automática.
— Levántate — dijo André con voz firme, intentando dar la orden de manera que ella pudiera interpretarla como tal. Pero Mariel no reaccionó.
Los dos hombres se miraron, desconcertados. Entonces Héctor repitió la orden, usando el mismo tono — Levántate —
Esta vez, Mariel obedeció. Se puso de pie, aunque no levantó la vista.
— Ya veo… — dijo Héctor con pesar — Yo hice el trato en la isla. Para ella… el amo soy yo —
— Entiendo — asintió André — Entonces dile lo siguiente —
Le susurró unas palabras a Héctor, que luego se dirigió a Mariel — Escúchame. Como tu amo, te ordeno que hables con él — dijo, señalando a André — Dime tu nombre —
Para su sorpresa, funcionó — Mi nombre es… Abujajia — respondió ella con voz entrecortada. Era la primera vez que la oían hablar. Su voz era suave, dulce… pero temblorosa, dominada por el miedo.
André frunció el ceño — Ese no es un nombre… ¿Quién te llamó así? —
Ella no respondió.
Héctor comprendió de inmediato que debía intervenir — Contesta la pregunta. Él es mi amigo, y tú debes obedecer lo que él diga — añadió con un tono mucho más suave.
— La líder… ella me nombró de esa forma — contestó Mariel, y su cuerpo comenzó a temblar visiblemente.
Los dos hombres se dieron cuenta del cambio, aunque no entendían qué había provocado tanto miedo.
— ¿Por qué te puso ese nombre? ¿Quién es esa líder? — preguntó André.
— Mi nombre… fue asignado por mis habilidades. Me conocen así en todo el mundo. La líder es… — se detuvo. Su voz se quebró, y lágrimas comenzaron a correr por su rostro.
André iba a insistir, pero Héctor lo detuvo con una leve mirada. Entendía que seguir presionándola solo aumentaría su dolor — Si es algo que te hiere, hablaremos de ello más adelante — dijo con amabilidad — Por ahora, solo tengo una orden para ti: desde ahora, debes hablarnos a mí y a André siempre que lo necesites —
Al decir esto, tomó sus manos con delicadeza y le dedicó una sonrisa sincera.
Mariel sintió su corazón agitarse.
Era una sensación nueva. Jamás nadie le había sonreído así. Jamás la habían tratado con esa ternura. Aquella sonrisa… le recordó a Oliver.
Quiso decir algo, algo apropiado, pero no sabía cómo. Así que simplemente asintió.
— Bien — dijo André con una voz cálida — Me alegrará mucho poder hablar contigo —
Ambos sabían que el camino sería largo. Que ella tendría que aprender a vivir en libertad, a conocer lo que era una familia, una amistad… incluso el amor. Pero André tenía esperanza. Creía que, al llegar al palacio, su familia sabría cómo darle todo el amor que se le había negado durante tanto tiempo.
Lo que ninguno de ellos sabía era que el futuro les traía tormentas que no podían predecir.
Al arribar al puerto, una carroza ya los esperaba, junto con varios caballos. La tripulación permanecería en el muelle para ocuparse de los daños en el barco. Solo unos pocos soldados montaron a caballo para acompañar la carroza como escoltas.
En el interior del carruaje viajaban André, Héctor y Mariel.
El silencio reinaba. Pero esta vez, no era un silencio de miedo… era un silencio expectante. El primer paso hacia el reencuentro con su verdadero hogar estaba a punto de comenzar.
Mientras tanto, en otro rincón del mundo, la Arpía ya se había enterado de que su recinto más lucrativo había sido destruido. Lo único que sabía era que el responsable era un lord de las provincias del norte, identificado únicamente como Lord Beldand, nombre mencionado con dificultad por el único guardia que logró sobrevivir, escondido entre los árboles. Esas fueron sus últimas palabras antes de que la Arpía le destrozara el rostro con su daga, sin una pizca de piedad.
Su furia era descomunal. Había perdido dos cosas muy valiosas: Su recinto de mayor ganancia económica y a la joven cuya profecía la volvía indispensable para su organización, además de ser una de sus asesinas más eficaces.
No estaba dispuesta a dejarlo pasar.
Afortunadamente para ella, uno de sus hombres llegó con nueva información.
— Mi señora, uno de nuestros barcos rescató a unos náufragos al norte de aquí. Estaban en estado crítico y murieron rápidamente… pero alcanzaron a decir que una bruja había invocado al Kraken y hundido su nave —
La Arpía esbozó una sonrisa maliciosa — Así que… regresarás a casa, mi dulce ángel de la muerte —
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El trayecto desde el puerto hasta la ciudad de Leória tomaba dos días a caballo, pero en carroza el viaje se extendía un poco más. Afortunadamente, ya se encontraban dentro del territorio del reino de Eraniel, por lo que el camino fue tranquilo. Todos reconocían los colores reales de la carroza, y nadie osaría atacarlos.
Después de tres días de viaje, llegaron por fin a la majestuosa ciudad de Leória. No hubo celebración ni anuncios: la misión había sido secreta, y el príncipe André no había informado que había encontrado a la princesa perdida. Deseaba sorprender a su familia con su llegada.
La carroza ingresó discretamente al palacio entrada ya la noche. Al descender, André les pidió que esperaran afuera por un momento mientras confirmaba que toda su familia estuviera presente.
Mariel observaba el castillo con asombro.
A pesar de la escasa luz, podía ver que era inmenso y magnífico. Los detalles en los muros revelaban una arquitectura delicada y refinada. La noche era fría y la nieve comenzaba a caer, acentuando el contraste entre su entorno y su precaria condición.
Su vestido blanco, rasgado y sucio por el largo viaje, apenas la abrigaba. No se había bañado en semanas. Su rostro, cubierto de polvo, ocultaba los rasgos delicados que alguna vez había tenido. Temblaba de frío y agotamiento.
Cuando André volvió, autorizó la entrada al palacio. Aunque deseaba desesperadamente que su madre se reencontrara con Mariel, la vio tan descuidada que pensó que sería mejor prepararla primero.
Le pidió a Héctor que la llevara a una habitación para asearse y cambiarse de ropa. Él, mientras tanto, iría a encontrarse con sus padres en el salón.
Caminaron por pasillos interminables. Mariel observaba todo con una mezcla de maravilla y desconcierto. Era como si estuviera en otro mundo, muy distinto a todo lo que conocía. De pronto, sintió algo extraño, un impulso que la atrajo como un susurro en el viento.
No supo qué era, pero algo la llamaba. Sin pensarlo, se desvió del camino. Mientras Héctor buscaba a las mucamas para ayudarla con la ropa, no notó que ella ya no estaba a su lado.
Mariel caminó en silencio, siguiendo esa sensación inexplicable. Tras cruzar varios pasillos y girar por corredores, llegó a una habitación exquisitamente decorada: copos de nieve plateados colgaban como adornos, una gran cama con dosel ocupaba el centro, los armarios estaban repletos de vestidos lujosos, y había joyas por todas partes.
Lo que la detuvo fue una vitrina de cristal transparente.
En su interior reposaba una tiara finamente elaborada, adornada con delicados diamantes rosados, aunque uno de ellos faltaba.
Ese vacío… la llamaba.
Era como si la tiara gritara su nombre. Mariel sintió su sangre hervir, un impulso profundo y casi doloroso que la incitaba a tocarla. Se acercó lentamente, estiró la mano, los dedos apenas rozando el cristal…
Y justo antes de tocarla, alguien la detuvo.
— ¡Aléjate de aquí! — exclamó la reina Elora, sujetando con fuerza el brazo de la joven y empujándola hacia atrás — ¿Viniste a robar? ¿Cómo entraste al castillo? —
Mariel se quedó paralizada. Frente a ella estaba una mujer de gran belleza y porte majestuoso, cuya presencia era tan imponente como aterradora. La reina, furiosa, gritó — ¡Guardias! —
En cuestión de segundos, varios soldados del palacio irrumpieron en la habitación — Llévense a esta ladrona. ¡Intentó robar la corona de la princesa Mariel! — ordenó la reina con voz firme.