Regresó con Héctor y Mariel, y le pidió algo difícil — Llévala a tu casa. Enséñale lo que pueda necesitar para vivir una vida libre. Ayúdala a desaprender todo ese entrenamiento cruel que ha recibido. Solo entonces podré presentarla otra vez a mi madre —
Esa noche, ambos se quedaron en la habitación, cuidando de Mariel.
A mitad de la noche, Héctor, que estaba sentado junto a la cama tomándole la mano, notó que ella temblaba más de lo normal. Al tocar su frente, su rostro cambió — André, despierta. Debemos ir por el médico —
— ¿Qué sucede? — preguntó André, adormilado.
— Está ardiendo. Tiene fiebre alta — respondió Héctor retirando las mantas y buscando agua fría
— Enviaré a alguien por Arturo ahora mismo. Quédate con ella —
André salió corriendo en busca de alguien a quien enviar por el médico. Encontró rápidamente a uno de los guardias y le dijo con urgencia que trajera al doctor de inmediato. Minutos después, el médico llegó.
— Arturo, me alegra que llegaras. Ven, te llevaré con ella — dijo André, guiándolo apresuradamente por el castillo.
— No sabía que ya habían regresado de tu misión — comentó Arturo, siguiéndolo — ¿Quién está enfermo? Te ves muy nervioso —
Al entrar a la habitación, Arturo se detuvo al ver a la joven en la cama. Su parecido con la princesa Miel era impactante — ¿Es Miel? ¿Qué le ocurrió? — preguntó confundido, al ver el estado en que se encontraba.
— No. Ven, revísala. Tiene fiebre alta — le indicó Héctor con preocupación.
André se aseguró de que no hubiera nadie fuera, cerró la puerta con firmeza y bajó la voz — Ella no es Miel —
Arturo lo miró sorprendido mientras comenzaba a revisarla — ¿Entonces es...? ¿La encontraste? —
Con la ayuda de Héctor, la incorporó ligeramente para auscultar sus pulmones. La gravedad de su estado era evidente.
— Sí. Es Mariel. Pero nadie más lo sabe todavía. Te pido que no digas nada a nadie —
— Entiendo… pero tus padres deberían saberlo — Arturo sacó algunos frascos de su maleta.
— No. Aún no. No en este estado —
— Parece que no es grave, pero tiene fiebre y necesita medicamentos. Le aplicaré algunos ahora, y con compresas frías estará mejor por la mañana — Dijo mientras preparaba los remedios — Me sorprende que no se lo hayas dicho a tus padres… ¿Ocurre algo? —
Arturo había notado ya las cicatrices en el cuerpo de Mariel. Como médico, reconocía el origen de muchas de esas marcas: grilletes, golpes, latigazos.
— No quiero que la vean así. Su vida no fue buena… está marcada por todo lo que sufrió. Me alegra que vinieras tú. Necesitamos que nos ayudes en su recuperación. No sé en qué estado de salud se encuentra del todo —
— Ya lo vi… muchas de sus heridas tienen años. Será un proceso largo, pero haré lo que esté en mis manos para ayudar —
— Gracias, Arturo — André suspiró con alivio. Él, Héctor y Arturo habían sido amigos desde la infancia, y ahora más que nunca necesitaban esa confianza.
La identidad de Mariel debía permanecer en secreto. No solo sus padres no estaban listos para saberlo, sino que probablemente la organización que la había secuestrado aún la estaba buscando. Para protegerla, decidieron recurrir a Matías, un poderoso mago y aliado de confianza de André.
A la mañana siguiente, se dirigieron a su casa. Mariel llevaba puesta una capa larga con capucha que ocultaba su rostro. Aún no tenía ropa adecuada, y esa era la única prenda que podían usar para cubrirla.
Al llegar, Matías los recibió y André le explicó la situación. El mago quedó impactado por el parecido entre Mariel y Miel, pero más aún por sus diferencias.
— ¿Puedes hacer algo para ocultar su identidad? — preguntó André.
— Hay una forma, pero necesitaré tiempo para preparar el hechizo —
— ¿Cuánto tiempo? — preguntó Héctor, impaciente.
— Espero que solo unas horas. Les avisaré en cuanto esté listo —
Héctor llevó a Mariel a su casa, donde fue recibido por su madre y su hermana. Ambas estaban felices de verlo regresar sano y salvo, ya que él y André habían pasado muchos meses fuera en busca de Mariel.
— Bienvenido, cariño. Me alegra tanto que estés de vuelta. Ven, te prepararé algo para comer — dijo su madre con ternura.
— Gracias, madre. Antes llevaré a mi amiga a que se instale en una de las habitaciones —
— ¿Quién es ella? — preguntó Clara, su hermana menor, siempre curiosa.
— Solo una amiga — respondió rápidamente, intentando evitar cualquier sospecha. Nadie debía ver a Mariel hasta que Matías completara el hechizo de ocultamiento.
Héctor guió a Mariel hasta una pequeña habitación, alejada de la casa principal — Aquí estarás bien mientras Matías termina el hechizo. En cuanto estemos seguros de que nadie te reconocerá, te llevaré a la casa principal —
Mariel no respondió. Caminaba en silencio, obediente, sin saber con certeza por qué estaba allí ni bajo qué condiciones.
— ¿Qué te parece? — preguntó Héctor, intentando romper el hielo.
— Es… lindo — susurró ella con voz temblorosa. Todo le resultaba nuevo y confuso.
— Me alegra que te guste. Pronto te llevaré a una habitación más bonita y tendrás más libertad. Por ahora, descansa aquí. Te traeré algo de comer — Cerró la puerta con llave, no por desconfianza, sino para protegerla de cualquier intromisión.
Mariel se quedó observando la habitación. Tocaba con cuidado la suave tela del cobertor, los muebles finamente tallados, los objetos delicados que jamás le habría sido permitido mirar siquiera, mucho menos tocar.
— ¿Libertad? — murmuró, repitiendo una palabra que le parecía ajena, casi imposible.
Recordó los años de su entrenamiento en la organización Zion, donde los niños eran convertidos en asesinos mediante torturas físicas y psicológicas. Allí no existía el descanso ni la compasión. Luego pensó en Oliver. Recordó cómo, cuando intentaron escapar, él propuso separarse para que al menos uno tuviera una oportunidad. Después, la arpía le dijo que ambos habían sido capturados, y que Oliver fue brutalmente castigado por su osadía.
Aquel día, la arpía decidió que Mariel sería convertida en esclava como castigo. Fue enviada al recinto, donde su cuerpo sería vendido al mejor postor. La vida allí fue un infierno: fue violada, humillada, obligada a callar, a sonreír, a no llorar. Cualquier expresión de dolor traía consigo un castigo peor.
La puerta se abrió. Era Héctor con una bandeja de comida. Al verla, se dio cuenta de que ella lloraba. No había notado cuándo comenzaron a caer las lágrimas, pero ya estaban ahí, rodando por su rostro.
— ¿Qué sucede? — preguntó con el corazón en vilo.
Mariel bajó la mirada. No sabía cómo explicarle todo aquello. Sentía vergüenza por su dolor, por su historia. ¿Cómo podría poner en palabras ese infierno?
— Mariel, mírame — Héctor se agachó frente a ella y levantó con cuidado su rostro. Sus ojos estaban llenos de una tristeza tan profunda que él no pudo contenerse. La rodeó con sus brazos y la abrazó, con una ternura protectora.
Mariel sintió, por primera vez, que podía estar tranquila y protegida junto a alguien. Y Héctor, en ese instante, supo que no la dejaría ir jamás. Ambos deseaban quedarse así para siempre; por un momento, el mundo se redujo solo a ellos dos.
— Gracias — dijo ella. Fue la primera vez que le habló sin necesitar una orden
Héctor comprendió en ese instante que, si era necesario, daría la vida por ella. Al mirarla, vio en sus ojos algo que jamás había encontrado en ninguna otra mujer: vio amor
— Ven, come algo. Te sentirás mejor — dijo él con suavidad.
Mariel obedecía todo lo que Héctor le pedía. Al principio, porque lo identificaba como su nuevo dueño; ahora, porque era la única persona en la que confiaba. Con él no sentía miedo, solo paz. Y eso bastaba.
— ¿Puedo preguntar algo? — dijo con voz baja y temblorosa.
Héctor se sorprendió por su iniciativa — Claro, lo que sea —
— ¿Qué significa la palabra libertad? —
Su pregunta le rompió el corazón. Aunque sabía que Mariel había vivido una vida muy dura, no imaginó cuánto — Bueno... ser libre significa que tienes la posibilidad de elegir lo que deseas —
— ¿Elegir? — repitió, confundida, como si nunca hubiera escuchado esa palabra.
— Sí. Por ejemplo, ahora tienes un plato con varios tipos de comida. Ser libre es poder escoger lo que tú quieras comer. Eso es solo un ejemplo. Ahora puedes elegir lo que tú quieras hacer, decir o ser —
Mariel guardó silencio unos segundos. Luego, comenzó a comer en silencio, asimilando ese nuevo concepto que parecía casi irreal para ella.
Esa noche, Matías envió un mensajero a la casa de Héctor con un paquete y una nota que decía: “El hechizo está listo. Solo debe usar el collar en todo momento.”
Dentro del paquete había un collar de oro blanco con una gema roja intensa. Dentro de la piedra podía distinguirse una silueta brillante: un ave fénix. Héctor sonrió. Pensó que el símbolo era perfecto para Mariel.
Al colocarle el collar, su aspecto cambió de inmediato. Sus ojos color miel se tornaron oscuros como el ónix, su piel se volvió tersa, sin cicatrices, su cabello negro se volvió pelirrojo, y sus rasgos faciales se transformaron. Ya no parecía Mariel. Era otra persona.
Era exactamente lo que necesitaban.
Con su nueva apariencia, Héctor llevó a Mariel a la casa principal y la presentó ante su madre y su hermana.
— Me disculpo por no haberla presentado antes. Ella es Serena, una invitada especial de André. Me pidió que la hospedáramos unos días —
— Bienvenida, Serena. Espero que te sientas cómoda en esta casa — dijo su madre con una sonrisa amable.
Clara, su hermana menor, la observó con cautela. Siempre había sido celosa con las mujeres que se acercaban demasiado a su hermano. Aun sabiendo eso, Héctor esperaba que ella y Serena pudieran hacerse amigas, pues tenían la misma edad.
— La llevaré a la habitación de huéspedes para que esté más cómoda — anunció Héctor.
Clara frunció el ceño — ¿Estará al lado de tu habitación? —
— Sí. Así podré asegurarme de que esté bien. André me pidió que no la dejara sola —
— ¿Y por qué no se queda en el castillo? Es amiga de André, no tuya — dijo con un tono molesto, acercándose a Mariel, quien, instintivamente, se escondió detrás de Héctor, tomándolo del brazo.
El gesto enfureció aún más a Clara
— Es un favor que me pidió André, pero Serena también es muy importante para mí. Por eso, les pido que sean amables con ella — explicó Héctor con firmeza.
Luego, llevó a Mariel a la habitación de huéspedes y le mostró el lugar — Desde hoy, esta es tu habitación —