DEL DECÁLOGO IMPRESCINDIBLE PARA LA CANDIDEZ (1)

Allá por los primeros meses del año 1996 ya era toda una rebelde. Tenía yo 16 años y había fundado en el liceo católico donde estudiaba, algo que llamaba “reforma cultural”. Éramos unos cuantos alumnos, incluidos los siete del clan, quienes sosteníamos que el riguroso programa de estudios del liceo tenía que cambiar. Se daba por implícito que nuestras exigencias solo buscaban atentar contra los contenidos y métodos de la doctrina de enseñanza que había imperado por siglos y a la cual, todo estudiante recatado se debía apegar. Fuimos tildados de insurrectos, pecadores y hasta blasfemos, incluso nuestras intervenciones en clase –bastante traumáticas para nuestros profesores, un tanto divertidas para nosotros­– eran vetadas y ridiculizadas. Porque no había sitio para nosotros en aquellas aulas, donde jamás se hablaba de lo que nos gustaba o

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