DE LOS POEMAS MALDITOS 4

Ya en la noche de navidad, me hallaba en la puerta de la cocina mirando hacia la sala como si contemplara algo que no había visto jamás. Con las manos en la cintura, aplacando los pliegues del voluminoso vestido rojo que llevaba, observaba prácticamente inmóvil la decoración: el magnífico pesebre imitando cumbres y montañas, valles con rebaños pastando, cascadas y lagos circundando la choza donde María y José, y la mula y el buey, aguardaban el nacimiento del Niño Jesús. Una inmensidad completamente cubierta de luces y un árbol rodeado de los regalos que compró Adal. Sin embargo, ante mis ojos, más allá de la pomposa decoración de navidad, brillaba mi íntima aspiración por la felicidad, ahora tan lejos de mi familia, pero tan cerca de lo que parecía ser el amor de mi vida.

La entrada de tía Amanda por la puerta posterior interrumpi

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