Alana se despierta sobresaltada al sentir un dolor punzante en su piel, mientras el ardor se extiende por sus extremidades. Aturdida, baja la mirada y se da cuenta de que han cambiado su ropa. Su corazón late con fuerza y su mente lucha por despejar las neblinas de la amnesia que la envuelve. El dolor en su cabeza se intensifica, y al mirar sus brazos y pies vendados, el temor la envuelve como una manta helada.
A su lado, un quejido de Izan la saca de su aturdimiento.
«¿Qué hace aquí? ¿Cómo llegué a la habitación? ¡Ay, padre, ¿quién me cambió?!», se pregunta entre gritos mentales y cubre sus pechos para luego mirar a Izan, que sigue quejándose.
—Izan… — susurra con temor, tocando su hombro, pero él no reacciona.
Su camisa está desabotonada hasta la mitad de su pecho, sus tatuajes están a la vista y le es imposible quitar la mirada.
—Princesa… —murmura Izan, su voz apenas un susurro febril. Alana, trata de alejarse rápidamente de la cama, pero su mano se cierra en su muñeca y jala d