Capítulo 3
Antes de entrar a la oficina privada de Marco, me detuve unos segundos. No era que estuviera indecisa, sino que estaba pensando en cuál sería la manera más directa y eficaz de conseguir que él firmara.

Capital Próspero, siendo una de las empresas más importantes del mundo financiero de Nueva York, había atraído una enorme cantidad de capital familiar en los últimos años. Aunque yo era cofundadora, tenía que seguir el procedimiento formal del contrato.

Ese documento de renuncia tenía que ser claro y directo para evitar complicaciones en el futuro. Sin titubeos abrí la puerta y entré. Las palabras que había ensayado una y otra vez aún no habían salido de mi boca cuando vi a Sofía sentada frente a él.

Por fin entendí por qué su escritorio estaba vacío. Ya se había instalado a su lado.

—Marco... —Su voz sonaba demasiado tierna y melosa, le dio unas palmaditas suaves en el hombro—. ¡Otra vez te estás distrayendo!

Él la miró con cariño, su tono tenía una paciencia infinita que yo jamás había conocido.

—Ya, deja de molestar, todavía tengo que revisar un contrato.

—Pero si no estoy molestando... —dijo con ternura mientras me lanzaba una mirada desafiante sin ningún disimulo.

—Isabella ya llegó. —Sonrió con una dulzura fingida.

Enseguida Marco se tensó.

Se alejó con brusquedad hacia atrás, instintivamente poniendo distancia entre ellos. Contuve la rabia que sentía en el pecho.

—Necesito que firmes un documento.

Le entregué los papeles dentro de la carpeta.

Al ver que no comenté nada sobre la situación comprometedora entre él y Sofía, pareció sentirse aliviado y respondió:

—De acuerdo.

—Entonces ya me voy, no quiero interrumpir su trabajo.

Sofía se puso de pie para marcharse, pasando de manera intencional muy cerca de mí, su perfume era sofocante.

Marco acababa de abrir el documento, yo estaba a punto de explicarle cuando de repente se escuchó un grito agudo detrás de mí.

—¡Ay! ¡Me duele muchísimo!

Me volteé.

Sofía se tambaleaba, uno de sus tacones altos se había quedado torcido en el piso, en segundos cayó al tropezar.

—¡Sofía!

Marco asustado se levantó de un salto y corrió hacia ella, pero yo levanté la mano para detenerlo.

—Firma —dije con voz sombría—. No te tomará más que unos segundos.

Él de inmediato hizo mala cara. —Isabella, ¿cuándo te volviste tan insensible? ¿Es tan urgente ese documento?

Antes de que pudiera responder, escuché los gemidos de Sofía detrás de mí. —Me duele tanto... creo que me lastimé el tobillo...

Él no podía concentrarse para nada, solo quería pasar junto a mí.

Lo miré furiosa en silencio, sin decir ni una palabra.

Finalmente, irritado, tomó el bolígrafo y firmó donde le indiqué, sin tomarse la molestia de leer bien el contenido específico.

Perfecto. Ese era exactamente el resultado que buscaba.

Solo quería salir de allí de manera limpia y eficiente, alejarme por completo de esta ciudad donde él estaba.

Él apresuradamente levantó a Sofía en brazos y la colocó con sumo cuidado en el sofá, tocando con delicadeza su tobillo mientras la examinaba y la consolaba. —No parece estar inflamado, pero por si acaso, mejor te llevo al hospital.

—No... no es tan serio... —Se rehusaba con dulces palabras, pero me miraba con ojos victoriosos.

Me di la vuelta y me marché sin mirar atrás. Apenas llegué al estacionamiento subterráneo, alguien me alcanzó. Marco bajó corriendo sin aliento.

—Isabella, espera un momento.

Me volteé, él bloqueó la puerta de mi carro, sus ojos llenos de ansiedad.

—No malinterpretes las cosas. Ella y yo... no tenemos nada. Solo crecimos juntos, no puedo dejar de cuidarla.

—Ajá.

Respondí, mi mirada se fijó en su mano que sujetaba la puerta del auto. Por instinto la soltó.

—¿No estás molesta? —Se quedó sorprendido.

—¿Debería estarlo?

—Yo... —Dudó por unos minutos, tomó mi mano—. Tengo compromisos esta noche, pero voy a llegar a casa.

—Ajá.

"Él llegando a casa" ahora parecía una especie de favor que me hacía.

Esa noche cené cualquier cosa por ahí y cuando regresé a casa continué empacando todas mis pertenencias. Estaba a punto de tomarme un descanso cuando en ese momento mi teléfono vibró sobre la mesa.

Era un mensaje de WhatsApp de Sofía.

"Isabella, mira, Marco todavía se acuerda de que me encantan las rosas rosadas. Está aún más atento que antes".

"Gracias por haberlo entrenado tan bien".

Adjuntó una foto.

Era el Porsche personalizado que yo le había ayudado a Marco a elegir, la cajuela estaba repleta de rosas rosadas, decoradas con luces brillantes.

En ese instante, entendí con total claridad que todo el amor verdadero que había sentido durante todos estos años le pertenecía a otra persona.

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