—¿Le vas a regalar una casa tan costosa a ella?
Frente a los cristales, la voz de Sofía tenía un tono estridente.
—¿Estás loco o qué? ¿Tienes idea del precio de mercado de esta propiedad...?
—Sí, ella se lo merece.
Marco se giró para irse.
Sofía salió detrás de él tropezando. —¿A dónde vas?
Él se fue sin mirar atrás. —Tengo una cita. Regresa por tu cuenta.
Sofía se quedó como estatua ahí parada, viéndolo alejarse cada vez más, temblando de furia.
Antes de las nueve de la noche, Sofía ya había saturado el celular de Marco con llamadas. Él no respondía, así que ella siguió marcando desesperada, mandando mensajes sin cesar.
Conocía muy bien a esta clase de hombres: si los dejabas libres, quién sabe a dónde irían a entretenerse con otras mujeres.
Hasta las dos de la madrugada, por fin sonó el celular de Sofía. Pero del otro lado no era Marco, sino uno de sus mejores amigos en Nueva York.
—Sofía, Marco tomó demasiado y no deja de gritar como loco que quiere irse a casa. No podemos tranquili