Sofía conocía a Marco mejor que nadie.
Lo que buscaba era hacer del nombre "Isabella" una herida que jamás cicatrizaría en su alma.
Quería que pasara las noches en vela, que cargara por siempre con el peso de la culpa y el pesar.
Faltando dos días para que Isabella se casara, Carmen tramitó su respectivo permiso laboral y tomó un vuelo hacia Boston.
Marco firmó la autorización, fijando la mirada en la justificación del documento, con los ojos vacíos.
"Participar en la ceremonia nupcial de una querida amiga en otra ciudad".
Tendría que haber sido él quien se casara con Isabella, pero ahora otro hombre celebraría esa unión.
Marco se incorporó en el escritorio y se dirigió apresurado al área de diseño. Habían contratado hace poco a una nueva jefa de diseño.
El despacho de Isabella permanecía abandonado.
El lugar conservaba todavía esa fragancia delicada de las esencias aromáticas que ella acostumbraba usar.
Era como si su espíritu aún habitara en ese pequeño espacio.
—Señor Torriani...
La